Se hace tarde y anochece

palabrería. Si no reclinamos como san Juan nuestra cabeza sobre el corazón de Cristo, no tendremos la fuerza para seguirle hasta la cruz. Si no dedicamos tiempo a escuchar los latidos del corazón de nuestro Dios, lo abandonaremos, lo traicionaremos como hicieron los apóstoles. La doctrina católica No hay por qué inventar ni construir la unidad de la Iglesia. La fuente de nuestra unidad está por encima de nosotros y nos ha sido dada. Es la Revelación que recibimos. Si cada uno defiende su propia opinión, sus ideas novedosas, entonces la división se extenderá por todas partes. Me duele ver a tantos pastores que rebajan la doctrina católica y crean división entre los fieles. Al pueblo cristiano le debemos una enseñanza clara, sólida y estable. ¿Cómo se puede consentir que las conferencias episcopales se contradigan? Dios no puede habitar allí donde reina la confusión. La unidad de la fe implica la unidad del magisterio en el espacio y el tiempo. Cuando recibimos una enseñanza nueva, esta debe interpretarse siempre en coherencia con la enseñanza que la precede. Si fomentamos las rupturas y las revoluciones, rompemos la unidad que ha regido a la santa Iglesia a lo largo de los siglos. Eso no significa que estemos condenados al fijismo. No obstante, toda evolución debe consistir en una mejor comprensión y una profundización del pasado. La hermenéutica de la reforma en la continuidad que Benedicto XVI ha enseñado con tanta claridad es una condición sine qua non de la unidad. Los que proclaman estrepitosamente el cambio y la ruptura son falsos profetas. No buscan el bien del rebaño. Son mercenarios que se han colado en el aprisco sin permiso. Nuestra unidad se forjará sobre la verdad de la doctrina católica. No existe otro medio. Querer lograr la popularidad mediática al precio de la verdad equivale a hacer la obra de Judas. ¡No tengamos miedo! ¿Se puede ofrecer a la humanidad mejor regalo que la verdad del Evangelio? Es cierto: Jesús es exigente. ¡Sí, seguirle exige tomar su cruz cada día! La tentación de la cobardía ronda por todas partes. Y acecha en particular a los pastores. La enseñanza de Jesús se nos hace demasiado dura. ¡Cuántos de nosotros tenemos la tentación de pensar: «Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?» ( Jn 6, 60)! El Señor se vuelve hacia aquellos a los que ha escogido, hacia nosotros, obispos y sacerdotes, y nos pregunta de nuevo: «¿También vosotros queréis marcharos?» ( Jn 6, 67). Clava sus ojos en los nuestros y nos pregunta uno a uno: ¿me vas a abandonar? ¿Vas a renunciar a enseñar la fe en su integridad? ¿Tendrás valor para predicar mi presencia real en

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