Se hace tarde y anochece

niño no nacido, dándole la posibilidad de nacer [...]. Estamos luchando contra el aborto a través de la adopción. El buen Dios ha bendecido el trabajo que realizamos de modo maravilloso, porque hemos salvado la vida de miles de niños y han encontrado un hogar donde son amados, queridos y protegidos. Por esta razón, hoy les pido, en presencia de Su Majestad y ante todos ustedes que vienen de diferentes países, que recemos para tener el coraje de ponernos de parte de los niños no nacidos y dar al niño la oportunidad de amar y ser amado. Y creo que, con la gracia de Dios, podremos llevar paz al mundo. Aquí, en Noruega, ustedes —con la bendición de Dios— viven con bastante desahogo. Pero estoy segura de que en las familias, en muchas de nuestras casas, puede que no tengamos hambre de un trozo de pan, pero quizá haya alguien en la familia que no sea deseado, que no sea amado, que no reciba cuidados, que viva olvidado. Ahí está el amor. El amor comienza en la propia casa. El amor, para que sea auténtico, debe costarnos [...]. El hijo es el mejor regalo de Dios a una familia, a un país y al mundo entero. ¡Que Dios les bendiga!». Creo que solo una mujer es capaz de hablar con tanto coraje, solo una santa es capaz de hablar con tanta claridad. La madre Teresa me recuerda a las mujeres que se mantuvieron al pie de la cruz mientras los apóstoles huían vencidos por el miedo. Ese día fue el Espíritu Santo el que, por boca de una mujer, nos habló a nosotros, sacerdotes y obispos, tan pusilánimes a veces a la hora de recordar la verdad. En la encíclica Evangelium vitae Juan Pablo II denunció la difusión de «una inquietante cultura de la muerte» que se manifiesta no solo en guerras fratricidas, masacres o genocidios, sino sobre todo en «atentados contra la vida naciente y contra los ancianos y los enfermos». ¿Cómo se puede interpretar esta idea del antiguo papa? Nuestras sociedades contemporáneas se han vuelto morbosas. Todos los papas del siglo pasado han combatido esta cultura de muerte. La situación, en el fondo, es muy extraña. Porque nadie puede amar la muerte. La idea de nuestro final terrenal nos provoca un rechazo natural. No obstante, bajo los falsos oropeles de las ideologías progresistas, las civilizaciones posmodernas no dudan en quitar la vida. En la Evangelium vitae , publicada en 1995, Juan Pablo II escribía: «¿Cómo se ha podido llegar a una situación semejante? Se deben tomar en consideración múltiples factores. En el fondo hay una profunda crisis de la cultura, que engendra escepticismo en los fundamentos mismos del saber y de la ética,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx