Se hace tarde y anochece

«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un homicida; y sabéis que ningún homicida tiene en sí la vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. Por eso también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Si alguno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano padece necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor a Dios? Hijos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y en su presencia tranquilizaremos nuestro corazón, aunque el corazón nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestro corazón y conoce todo. Queridísimos: si el corazón no nos acusa, tenemos plena confianza ante Dios» ( 1 Jn 3, 14-21). La cultura de muerte es obra de una contracultura de muertos vivientes. Nos enfrentamos a una visión equivocada del destino del hombre. Una civilización auténtica se fundamenta en la dicha del don de la vida. Yo nací en Guinea en tiempos de la dictadura de Seku Turé. Entonces comprendí que la única respuesta a la violencia de la dictadura revolucionaria era la pasión del amor. No había que temer a la dictadura: había que sembrar amor: «En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo, y el que teme no es perfecto en el amor» ( 1 Jn 4, 18). Con ayuda de la gracia divina, debía actuar para injertar en el corazón de cada guineano y de todas las familias un pedazo del corazón de Dios para poder amar y perdonar como Él. Sabíamos que todos nuestros hermanos arrestados sufrían torturas. El régimen pretendía arrancarles supuestos secretos. Tenía prohibido visitar a mi predecesor en Conakry, monseñor Tchidimbo, que estaba en la cárcel, pero no cabe duda de que estuvo sometido al peor maltrato. No volvimos a saber nada de un gran número de personas encerradas en las prisiones de Seku Turé. A través de algunos carceleros, a veces nos enterábamos de la muerte de alguno de ellos en medio de terribles sufrimientos. Nunca devolvían sus cuerpos a las familias. Los esbirros del régimen demostraban una maldad extrema: disfrutaban viendo morir a sus prisioneros. Frente a tantos horrores diabólicos, había que enseñar al pueblo de Guinea a amar y a perdonar como Dios. El único modo de oponerse a la violencia y al odio es ovillarse en Dios para amar sin medida. La esperanza está solo en Dios. El Padre reúne en Él la vida y el amor. La eutanasia es otra manifestación del desprecio de la vida humana...

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