Se hace tarde y anochece
¿Nos atreveremos a cruzar nuestra mirada con la de Cristo? Creo que el mundo moderno la rehúye: tiene miedo. No quiere ver su imagen reflejada en esos ojos tan tiernos de Jesús. Se repliega. Pero, si se niega a dejarse mirar, acabará desesperado, como Judas. Esa es la esencia de la crisis contemporánea de la fe. No queremos mirar a Aquel a quien hemos crucificado. Y corremos hacia el suicidio. Este libro es una llamada al mundo moderno a atreverse a cruzar su mirada con la de Dios y ser capaz por fin de llorar. ¿Cómo se puede definir la fe? ¿Qué es creer? Esas son dos preguntas que deberían rondarnos de continuo. Para evitar vivir en la periferia de nosotros mismos, en la superficialidad, la rutina o la indiferencia, hemos de preguntarnos por el sentido de nuestras creencias. Algunas de las realidades que vivimos, como el amor o la experiencia de la intimidad interior con Dios, son difíciles de definir. Son realidades que invaden y se apoderan de toda la existencia, la trastornan y la transforman desde dentro. Puestos a intentar balbucear algo acerca de la fe, yo diría que, para el cristiano, la fe es una confianza total y absoluta del hombre en un Dios con el que ha tenido un encuentro personal. Algunos se declaran no creyentes, ateos o agnósticos. Según ellos, el espíritu humano está sumido en una ignorancia absoluta acerca de la naturaleza íntima, el origen y el destino de las cosas. Son personas profundamente desgraciadas. Son como ríos inmensos privados de cualquier fuente que alimente su vida. Son como árboles inexorablemente cortados de raíz y condenados a morir. Antes o después, se secan y mueren. Los hombres sin fe son como quienes no tienen ni un padre ni una madre que los engendren y renueven su percepción de su propio misterio. Mientras que la fe es una auténtica madre. En las Actas de los mártires el prefecto romano Rústico pregunta al cristiano Hiérax: «¿Dónde están tus padres?». Y este le responde: «Nuestro verdadero padre es Cristo y nuestra madre es la fe en Él». Es una inmensa desgracia no creer en Dios y no tener madre. Afortunadamente, hay muchos hombres y mujeres que se declaran creyentes. Son numerosos los pueblos que atribuyen una importancia decisiva a la fe en un ser trascendente. Algunos tienen sus propios dioses, que muchas veces se hacen presentes bajo la forma de unas fuerzas más o menos personificadas que dominan a los hombres. Inspiran pánico y temor, miedo y angustia. De ahí la tentación de la magia y de la idolatría. Se supone que exigen sacrificios sangrientos con que ganarse su benevolencia o aplacar su cólera.
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