Se hace tarde y anochece
secretamente con su ternura esa tierra martirizada. Nadie puede saber cómo acogió Dios en sus brazos a todos los que murieron en las cámaras de la muerte. Para dudar de ello hay que haber perdido totalmente la conciencia de la dignidad de nuestra libertad. Dios nos ha concedido una libertad plena. Si ha creado esa libertad, no ha sido para petrificarla y reemplazarla. La tarea es nuestra. Y tenemos que cumplirla en la impaciencia y en la paciencia, «viviendo la verdad con caridad» ( Ef 4, 15). Quizá pensamos que, después de la Shoah, el horror de los genocidios no se volvería a repetir. Y, desgraciadamente, no ha sido así... Si creemos que el hombre está hecho a semejanza de Dios, es imposible cometer el más mínimo atropello contra él. Si matamos a un hombre, matamos a Dios. Si aborrecemos a un hombre, aborrecemos a Dios. Si hacemos sufrir a un hombre, hacemos sufrir a Dios. Un genocidio, la eliminación sistemática y programada de un grupo nacional, étnico o religioso, es una señal inequívoca del diablo; es un combate, una ofensa, una oposición radical al mismo Dios. En África ha habido muchos hombres y mujeres reducidos a la esclavitud. Cuando era niño, escuchaba a los ancianos hablar de los habitantes deportados del poblado. Sabíamos en qué sitios de la costa, a orillas del océano, se encontraban los edificios en los que en el pasado se apiñaban los esclavos antes de embarcar. No eran más que mercancía sin valor. Me enteré muy joven del vergonzoso destino reservado a muchos de mis hermanos. No ignoraba que algunos antepasados míos fueron vendidos como animales. Nunca regresaron. Ese comercio se prolongó durante siglos. Las poblaciones indefensas víctimas de él no tenían nada con que responder a los golpes. Los esclavos negros poseían menos valor que un mueble o un campo de cereales. Todas las regiones de África han pasado por esta humillación, por esta degradación, por esta negación absoluta, por este comercio de esclavos ideado, promovido y vilmente ejecutado por países cristianos y musulmanes. También yo soy hijo de esta trágica historia. Tras ocupar la cátedra de Pedro, el papa Francisco denunció sin miramientos dos políticas genocidas de nuestros tiempos. El 12 de abril de 2015, segundo domingo de Pascua, concelebró una misa para los fieles de rito armenio junto con el patriarca Nerses Bedros XIX Tarmouni. La misa desató una importante tormenta diplomática: Turquía llamó inmediatamente a consulta a Ankara a su embajador; una reacción provocada por el saludo preliminar que el soberano pontífice dirigió a los fieles asistentes. En aquel texto el papa se refería al
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