Se hace tarde y anochece
«primer genocidio del siglo XX» del que fue víctima el pueblo armenio en 1915 y cuyo carácter de exterminio deliberado jamás ha reconocido Turquía. En 2018 dedicó palabras muy fuertes al aborto: «Para llevar una vida tranquila se elimina a un inocente». Ese día de junio, durante la recepción ofrecida en el Vaticano a representantes de asociaciones familiares, el papa Francisco comparó el aborto practicado en caso de minusvalía infantil con un «genocidio de guante blanco»: «Está de moda, es habitual. Cuando en el embarazo se ve que quizá el niño no está bien o viene con cualquier cosa: la primera oferta es “¿lo tiramos?”. [...] El siglo pasado todo el mundo estaba escandalizado por lo que hacían los nazis para cuidar la pureza de la raza. Hoy hacemos lo mismo, pero con guantes blancos». El papa se hacía también esta pregunta: «¿Por qué no se ven enanos por la calle? Porque el protocolo de muchos médicos dice: viene mal, fuera». Para el sucesor de Pedro, con el drama del aborto Occidente está viviendo un genocidio escondido, aséptico y destructivo. En sus Cuadernos de la quincena escribía Charles Péguy: «El mundo moderno envilece. Envilece la ciudad; envilece al hombre. Envilece el amor; envilece a la mujer. Envilece la raza, envilece al niño. Envilece la nación: envilece la familia. Ha logrado envilecer lo que quizá es más difícil de envilecer en el mundo: envilece la muerte». ¿A qué reflexión le invitan las palabras de este gran escritor? En nuestras relaciones humanas hemos inventado una justicia sin amor que no tarda en convertirse en un animal rabioso. Nos volvemos indiferentes tanto a la verdad como a la mentira. Queremos ser cada vez más ricos y no nos damos cuenta de que somos cada vez más pobres. Parecemos entes que han perdido su centro de gravedad. No sabemos amar porque desconocemos el verdadero amor de Dios. A nuestra época le encanta mirarse en el espejo. Los hombres sienten un amor desmedido por ellos mismos. Estamos viviendo el triunfo del egoísmo. Cuando le damos la espalda a Dios, extinguimos el amor. Para el cristiano Dios es el Todopoderoso. Pero eso no significa dominar ni disfrutar del poder de pisar a los demás. Dios es amor porque ama y da sin medida. Dios se despoja eternamente. Dios subsiste, está presente para darse. No puede sino darse. La presencia de Dios en mi vida me hace incapaz de envilecer el amor, incapaz de envilecer al hombre o a la mujer. Porque no hay mayor demostración de amor que dar la vida.
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