Se hace tarde y anochece

Aún existen mártires y héroes. San Maximiliano Kolbe y Arnaud Beltrame son dos ejemplos vivos de la grandeza y la nobleza del amor. Me gustaría citar unas palabras de Juan Pablo II, quien en la exhortación Ecclesia in Europa , publicada en 2003, escribió: «En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del hombre, por lo que no es extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria. La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera. En esta perspectiva surgen los intentos, repetidos también últimamente, de presentar la cultura europea prescindiendo de la aportación del cristianismo, que ha marcado su desarrollo histórico y su difusión universal. Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de los derechos inalienables de cada uno. Los signos de la falta de esperanza se manifiestan a veces en las formas preocupantes de lo que se puede llamar una “cultura de muerte”». Me sorprende el talento que ha desarrollado el hombre moderno para ensuciar lo que toca. Fíjese en el espacio: la belleza de las imágenes de los planetas y los astros es sobrecogedora. Cada cosa ocupa su lugar. El orden del universo rezuma paz. Fíjese en el mundo, las montañas, los ríos, los paisajes: todo rezuma una serena belleza. Fíjese en el rostro de un niño que ríe a carcajadas, en el rostro de un anciano arrugado por los años. Dios ha creado a su criatura con tanto amor que siempre emana de ella una impresión de nobleza y belleza. ¡Y ahora fíjese en lo que hace el mundo moderno! Creo que el hombre, pese a la pobreza, la fatiga o la enfermedad, conserva su belleza mientras sigue siendo sencillo y auténtico, es decir, consciente y feliz de su condición de criatura. La modernidad desfigura la belleza del Creador

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