Se hace tarde y anochece

que es en esencia. Ha renegado de sí misma. A veces Occidente da la impresión de tener como único horizonte el progreso... El progreso es un poderoso ídolo de las sociedades occidentales. Representa el alfa y la omega que facilita la llegada de un hombre nuevo. El progreso genera el nacimiento de una civilización puramente tecnológica, ansiosa de la opulencia y la sobreabundancia de unos bienes materiales que el hombre moderno codicia ávidamente. Las noticias y la información de actualidad nos avasallan a diario. Se nos exhorta a todos a adaptarnos, a cambiar. El hombre posmoderno es un nómada permanente, un títere zarandeado por cualquier corriente de moda. De la búsqueda compulsiva del progreso ha surgido un hombre virtual al que le cuesta encontrarse con Dios. El movimiento y la inestabilidad son enemigos acérrimos de la contemplación. En sus Confesiones escribe san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». El sentido de cualquier progreso auténtico es Dios. La velocidad y la artificialidad no pueden llevarnos a Él. El hombre del instante no es hombre de Dios: acaba por no comprender su razón de ser. En semejante situación de extravío no es sorprendente que no manifestemos ninguna inquietud ante la llegada de robots humanoides dotados de inteligencia artificial. Sentimos cierta estupefacción, convencidos de que esos híbridos con cerebro compuestos de una red de neuronas representan una oportunidad para la humanidad, cuando en realidad anuncian su muerte lenta. La Iglesia, por su parte, ha contribuido siempre de manera decisiva al progreso técnico. ¡Cuántos descubrimientos científicos se han producido en entornos cristianos, como los monasterios! Hoy la Iglesia debe alentar todo progreso científico que esté de verdad al servicio del hombre. Para ello, tiene que seguir siendo ella misma y continuar predicando lo que Cristo le ha transmitido. ¿La llegada de una sociedad robótica anuncia la muerte definitiva de Dios? Antes habría que hablar de la muerte del hombre. Yo recuerdo a menudo a

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