Se hace tarde y anochece

Paul Tibbets, el piloto del Enola Gay que bombardeó Hiroshima y cuya obediencia e irresponsabilidad los convierten en un exponente de la civilización de las máquinas. En Francia contra los robots George Bernanos se refiere con absoluta claridad a este fenómeno: «En la lucha más o menos solapada en contra de la vida interior, la civilización de las máquinas no se inspira —al menos no directamente— en ningún proyecto ideológico: defiende su principio esencial, que es la primacía de la acción. La libertad de acción no le inspira ningún temor: lo que teme es la libertad de pensar». En el mundo de hoy el hombre solo encuentra su lugar en virtud de su utilidad dentro de la inmensa tela de araña de los robots. El hombre reducido al papel de mero ejecutor no puede considerarse propiamente un hombre, sino un frío operario que renunció hace mucho tiempo al empleo de su libre albedrío: ha perdido el contacto con su alma. «¡Las almas! Hoy casi nos ruborizamos cuando escribimos esa palabra sagrada [...]. El hombre solo se pone en contacto con su alma por medio de la vida interior; y en la civilización de las máquinas la vida interior va adquiriendo poco a poco un carácter de anormalidad», proseguía Bernanos. El hombre contemplativo es aquel que no se somete al imperativo técnico de la producción. Sabe que la muerte del hombre anuncia la muerte de Dios, y la muerte de Dios, el fin de la humanidad. Sin Dios el mundo solo puede seguir a las utopías y a los ídolos. Sin Dios el mundo vive en el vacío, en la nada, en una inquietud y un sufrimiento permanentes. Si el hombre deja de buscar a Dios, si se crea sus propios dioses al servicio de su plenitud personal, el Dios verdadero desaparece del horizonte del mundo. La Vida de la vida se escapa de nuestras sociedades. Aun así, Dios sigue vivo en nosotros. Está en nuestra alma, porque el hombre es la morada, el templo más sagrado de Dios. Paradójicamente, el progreso podría llevarnos a descubrir a Dios. El progreso debería ser el medio más favorable para un constante descubrimiento de lo que Dios ha querido. Todos los descubrimientos científicos o tecnológicos evocan la Creación de Dios. Un barniz de ciencia aleja de Dios, mientras que una ciencia inteligente y reflexiva nos acerca a Él.

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