Se hace tarde y anochece
¿Es acertado el diagnóstico de la Iglesia sobre las consecuencias de la poshumanidad? La verdad no cambia. Es eterna. Su nombre es Jesucristo, y «Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos» ( Hb 13, 8). La humanidad no perecerá: la salvará Cristo. La poshumanidad es una mentira: quiere ser autónoma respecto de su Creador, pero jamás podrá matar a su Creador. El liberalismo integrista parece ser la única regla del mundo de hoy: preconiza la abolición de todas las reglas, de los límites y de la moral. Preconiza la abolición de la religión. Si Dios ha muerto, la religión ya no nos vincula a ninguna divinidad y se convierte en algo superfluo. En el prólogo a su Tratado sobre el vacío escribía Blaise Pascal: «Toda la sucesión de los hombres, a lo largo de los siglos, debe ser considerada como un solo y mismo hombre que subsiste siempre y aprende continuamente». El filósofo del Gran Siglo tiene razón. La idea de que el hombre es superado por otro hombre denota arrogancia y necedad. Desde una perspectiva ontológica y por lo que se refiere a su capacidad de pecado y de rebelarse contra Dios, no existe ninguna diferencia entre Adán y el hombre de hoy: la única diferencia — una diferencia nimia— es que el hombre de hoy está acostumbrado al lujo y dispone de teléfono móvil, mientras que Adán y Eva descubren que están desnudos. ¿Qué quedará de nosotros tal y como somos —«humanos, demasiado humanos»— cuando las posibilidades que plantean la clonación y el útero artificial hayan suprimido los nacimientos; cuando la enfermedad se mantenga a raya gracias al progreso de la nanomedicina y la biotecnología; cuando la Parca no nos dé miedo porque podremos actualizar nuestras conciencias? ¿Nos despojaremos definitivamente de nuestro envoltorio carnal? Fascinado por las increíbles posibilidades de la máquina, el hombre quiere librarse de su cuerpo compuesto de carne y de sangre para revestirse de un poco de silicio y acero. ¡Qué liberación tan falsa! ¿Cómo no plantear a los responsables políticos y a los poderosos los enormes riesgos de la biotécnica? Es evidente que la biotécnica nos enfrenta a un serio dilema moral. El fantasma de la eugenesia —el nacimiento de individuos seleccionados de acuerdo con determinados criterios— se cierne sobre toda la genética. ¿Llegarán a permitir los Estados que se esterilice a las personas consideradas «deficientes», animando al mismo tiempo a tener todos los hijos
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