Se hace tarde y anochece
posibles a quienes reúnan unas condiciones favorables? ¿Se convertirán en una nueva normativa las disposiciones legales de la política eugenésica de los nazis, que implicaban el exterminio de sectores enteros de la población y autorizaban los experimentos médicos con individuos considerados genéticamente inferiores calificados de Untermenschen , de «subhumanos»? Me gustaría recordar aquí los términos del convenio del Consejo de Europa sobre la clonación humana: «La instrumentalización de los seres humanos a través de la creación deliberada de seres humanos genéticamente idénticos es contraria a la dignidad humana y constituye así un abuso de la biología y la medicina». Son unas palabras llenas de cordura y de coraje: la señal de que Europa no ha llegado a perder del todo la herencia de la sabiduría. Estamos languideciendo bajo los euforizantes efluvios de la pasividad. Hemos olvidado las palabras del Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin» ( Ap 22, 13). «Después de mí, el diluvio», da la impresión de exclamar el hombre del siglo XXI. ¿Este salto en el vacío no va acompañado de una voluntad casi suicida de no transmisión? La noción de herencia ha muerto; el vacío se ha convertido en norma. Según los sumos sacerdotes del nuevo mundo, la cultura, los valores, la religión y las tradiciones no se pueden transmitir: deben quedar sepultados en el olvido y, para garantizar que no se vuelva a oír hablar de ellos, se sellará su tumba eliminándolos de los planes educativos. La voluntad de no transmitir nace de un deseo de muerte. ¿Quién puede decidir no transmitir lo que nos ha dejado el pasado? Este orgullo autosuficiente es terrible, opresivo, asfixiante. Desde que la ruptura se ha convertido en el motor de la modernidad, las sociedades occidentales son incapaces de garantizar y asumir la transmisión de la herencia cultural y la experiencia del pasado. Rechazar cualquier herencia, hacer tabula rasa del pasado y de la cultura que nos precede, despreciar los modelos y los vínculos, romper sistemáticamente con la figura del padre: estos gestos modernos, que encierran a las sociedades en la dictadura del presente, conducen a las peores catástrofes humanas, políticas e incluso económicas. Tengo la sensación de que la historia de los países occidentales se ha convertido en un terreno en ruinas. ¿Quién va a transmitir lo que no existe?
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