Se hace tarde y anochece
¿Acabará desapareciendo todo? ¿Desaparecerán el cristianismo, la historia, la civilización, incluso los hombres, para ser sustituidos por los robots? A las nuevas generaciones se las ha privado de una herencia multisecular que les habría permitido construir su vida. Cuando un joven ve un belén, apenas comprende su significado. Cuando contempla un cuadro en un museo famoso, es incapaz de reconocer a las grandes figuras bíblicas. Cuando lee una novela del siglo XIX, ya no entiende nada de la vida y la cultura de la época. Sin historia, sin raíces, sin referencias, se pierde en la ciénaga de lo virtual. Así las cosas, el pasado es una terra incognita y el presente, una tiranía. ¿La ruptura es, por lo tanto, el motor de la modernidad? Hoy los occidentales se creen en la obligación de adoptar una actitud de ruptura permanente para ofrecer una imagen de modernidad. Las élites mundiales quieren crear un mundo nuevo, una cultura nueva, hombres nuevos, una ética nueva. Lo único que no pueden hacer es un sol nuevo, una luna nueva, unas montañas nuevas, un aire nuevo, una tierra nueva. La ruptura es el motor de su proyecto político. Ya no quieren relacionarse con el pasado. Los hombres que continúan apelando a los valores del antiguo mundo tienen que desaparecer, quieran o no, y se les proscribe y ridiculiza. Para los defensores del nuevo mundo, son subhumanos que pertenecen a una raza inferior. Hay que descartarlos y eliminarlos. Este deseo de ruptura es tremendamente adolescente. El sabio es consciente de haber heredado y se enorgullece de ello. Me asusta a veces observar una actitud parecida en el seno de la Iglesia. ¿Qué sería de una Iglesia en la que desaparecieran quienes se aferran a los tesoros de la tradición cristiana y son fieles a la inmutable enseñanza de Aquel que «es el mismo ayer y hoy, y por los siglos» ( Hb 13, 8)? ¿Vive nuestra época en un eterno presente? El hecho de vivir en un presente que desearíamos fuera interminable manifiesta el rechazo de lo eterno. El presente nos desborda y Dios se vuelve invisible. El hombre busca cada vez más evadirse en realidades paralelas. Me impresiona ver a tantas personas que dedican todo su tiempo al móvil, absorbidas por las imágenes, las luces, los fantasmas. El eterno presente es una ilusión eterna, un pequeño calabozo. El móvil nos traslada constantemente fuera
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