Se hace tarde y anochece
de nosotros mismos: impide toda vida interior. Nos proporciona la sensación de estar siempre viajando por los distintos continentes, de facilitarnos el contacto con todo el mundo, cuando en realidad nos despoja de nuestra interioridad y nos instala en el mundo de lo efímero. El móvil hace que perdamos el contacto auténtico, nos proyecta hacia lo lejano, lo inaccesible. Nos lleva a pensar que somos nosotros quienes engendramos el espacio y el tiempo, que somos dioses con una capacidad de comunicación carente de obstáculos que la impidan. Los desquiciados aparatos que utilizamos para comunicarnos violan el silencio, destruyen la riqueza de la soledad y atropellan la intimidad. Muchas veces estorban nuestra vida de amor con Dios y nos dejan expuestos a la periferia, al exterior de nosotros mismos en medio del mundo. El presente, sin embargo, pertenece a Dios. El Padre habita todas las dimensiones del tiempo. Dios es. Si el hombre conoce su identidad y vive con lucidez el presente, puede volver a injertarse en Dios. Pasamos por el tiempo para encontrarnos con Dios en una intimidad mayor. El tiempo es un largo camino hacia Dios. ¿El culto al hic et nunc y el rechazo de la eternidad caminan de la mano? En el mundo moderno el presente se ha convertido en un ídolo. El hombre, no obstante, ha nacido para el más allá. Lleva la vida eterna inscrita en él. Por eso la cultura del instante crea una tensión nerviosa permanente. Hay que lograr apartar al hombre contemporáneo de esa peligrosa idolatría de la inmediatez. El hombre solo puede recobrar la calma y el auténtico sosiego si descansa en Dios. La cultura del hic et nunc es fruto de la crisis filosófica y de la crisis de la cultura de la época moderna. ¿Cómo podemos hacer entender que los mayores tesoros no son los que se tocan con las manos? La apertura a Dios es un acto de fe que nadie puede cuantificar. Creo que es preciso hacer comprender al mundo occidental que el apego excesivo a las cosas materiales es una trampa. Esta civilización nuestra materialista y postindustrial está condenada a una muerte cercana. Y la civilización transhumanista significaría una catástrofe aún mayor. La humanidad tiene que concienciarse del callejón sin salida material y espiritual en el que se encuentra. No sirve de nada aturdirse con pequeños placeres egoístas, artificiales y fugaces. Durante una conferencia pronunciada en Río de Janeiro el 22 de diciembre de 1944, Georges Bernanos afirmaba con lucidez: «Solo se llega a la
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