Se hace tarde y anochece

de su felicidad eterna. Creer que Dios viene a limitar y a frustrar nuestra libertad es un grave error. Al contrario: Dios viene a liberarnos de la soledad y a dotar de sentido a nuestra libertad. El hombre moderno se ha hecho a sí mismo prisionero de una razón tan autónoma que lo ha transformado en alguien solitario y autista. «En la revelación de Dios, Él, el Viviente y Verdadero, irrumpe en nuestro mundo y abre también la cárcel de nuestras teorías, con cuyas rejas nos queremos proteger contra esa venida de Dios a nuestras vidas [...]. La indigencia de la filosofía, la indigencia a la que la paralizada razón positivista se ha conducido a sí misma, se ha convertido en indigencia de nuestra fe. La fe no puede liberarse si la razón misma no se abre de nuevo. Si la puerta del conocimiento metafísico permanece cerrada, si los límites del conocimiento humano fijados por Kant son infranqueables, la fe está llamada a atrofiarse: sencillamente le falta el aire para respirar», escribía Joseph Ratzinger en “Situación actual de la fe y la teología” ( Communio , enero-febrero 97). Este malestar de la civilización, que viene de lejos, alcanzó un momento crítico concluida la segunda guerra mundial. La confrontación entre la Iglesia y la modernidad en Occidente generó sufrimiento y dudas entre muchos sacerdotes y fieles. En 1966, durante una conferencia en el Katholikentag de Bamberg, el teólogo Joseph Ratzinger se muestra particularmente explícito. Para ilustrar la situación de la Iglesia en el mundo contemporáneo evoca la imagen de la catedral neogótica de Nueva York, rodeada y dominada por los gigantes de acero de los rascacielos. En el pasado eran los campanarios de las catedrales que dominaban las ciudades los que remitían a lo eterno: hoy son edificios sagrados que dan la impresión de estar sometidos y perdidos en medio del mundo. La modernidad emergente menospreció a la Iglesia. Los intelectuales dejaron de entender su enseñanza. Parecía imposible superar el desacuerdo. De ahí el deseo, en especial entre los movimientos juveniles, de liberarse de determinados detalles exteriores anticuados y pasados de moda. La esencia de la vida cristiana se hizo incomprensible para muchos que terminaron centrándose únicamente en esos detalles secundarios. Joseph Ratzinger ofrece como ejemplo el estilo trasnochado de algunos textos teológicos anteriores al Vaticano II, el estilo externo de la curia romana o el despliegue excesivo de boato en las recargadas liturgias pontificias. Era necesario acabar con todos esos motivos de malentendidos y de escándalos inútiles. Se hacía urgente expresar la esencia del Evangelio en un lenguaje que el hombre moderno pudiera entender. En el Concilio Vaticano II la constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual quiso modernizar esa herencia para ponerla en valor.

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