Se hace tarde y anochece
¿Eso quiere decir que las sociedades democráticas no pueden ser sociedades justas? Me gustaría citar una espléndida frase de san Agustín: «Remota itaque justitia quid sunt regna nisi magna latrocinia» («Un estado sin justicia sería una banda de ladrones»). Una reflexión de la que se hace eco el cardenal Joseph Ratzinger con mucha lucidez. Esto es lo que escribe en Un tournant pour l’Europe: «Los criterios constitutivos de una banda de ladrones son esencial y puramente pragmáticos y, por lo tanto, necesariamente parciales: son criterios de grupo. Una comunidad que no sea una comunidad de ladrones —es decir, un grupo que rige su conducta conforme a sus fines— solo existe si interviene la justicia, que no se mide en virtud del interés de un grupo, sino en virtud de un criterio universal. A eso lo llamamos “justicia” y es ella la que constituye un Estado. Incluye al Creador y a la creación como puntos de referencia. Eso significa que un Estado que pretenda ser agnóstico, que edifique el derecho exclusivamente sobre las opiniones de la mayoría, se desintegra y queda reducido a una banda de ladrones». Una banda de ladrones no es siquiera una comunidad, sino una suma momentánea de intereses que confluyen accidentalmente. Un Estado que abandone la definición del derecho a las fluctuaciones de la mayoría corre un grave peligro de transformarse en una banda de ladrones. «Allí donde se excluye a Dios, prosigue el cardenal Ratzinger, se introduce de un modo más o menos flagrante el principio de la banda de ladrones. Entonces aparece el asesinato organizado de seres humanos inocentes —antes de su nacimiento—, cometido so pretexto de un derecho que responde a los intereses de una mayoría». Yo valoro la forma democrática del Estado porque ofrece a todos la posibilidad de tomar conciencia de su libre responsabilidad dentro de la sociedad, pero creo que no contiene en sí misma el fundamento de un auténtico derecho. Una sociedad democrática en la forma necesita un contenido: el derecho, el bien; si no, se organiza alrededor de la nada. La justicia es el fin y, al mismo tiempo, la medida intrínseca de cualquier política. La política es algo más que una técnica destinada a definir el ordenamiento público: su origen y su finalidad residen precisamente en la justicia, y esta es de naturaleza ética. Por eso es inevitable que el Estado se plantee la pregunta: ¿cómo hacer realidad la justicia aquí y ahora? ¿Y dónde podemos hallar ese contenido, ese fundamento? ¿Debe proporcionarlo la Iglesia? ¿No correríamos el peligro de caer en una especie de teocracia?
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