Se hace tarde y anochece

Ahí está el quid del problema de la auténtica libertad religiosa. Todos los hombres deben poder buscar libremente la verdad, sobre todo en materia religiosa. El debate público tiene que expresarse en libertad. Pero también tiene que estar fundado sobre un contenido objetivo justo y compartido por todos los hombres. Ante el Parlamento inglés Benedicto XVI recordó que «la tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos». En su encíclica Deus caritas est Benedicto XVI es aún más explícito y concreto: «La doctrina social de la Iglesia, escribe, argumenta desde la razón y el derecho natural, es decir, a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano. Y sabe que no es tarea de la Iglesia el que ella misma haga valer políticamente esta doctrina: quiere servir a la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella, aun cuando esto estuviera en contraste con situaciones de intereses personales. Esto significa que la construcción de un orden social y estatal justo, mediante el cual se da a cada uno lo que le corresponde, es una tarea fundamental que debe afrontar de nuevo cada generación. Tratándose de un quehacer político, esto no puede ser un cometido inmediato de la Iglesia. Pero, como al mismo tiempo es una tarea humana primaria, la Iglesia tiene el deber de ofrecer, mediante la purificación de la razón y la formación ética, su contribución específica, para que las exigencias de la justicia sean comprensibles y políticamente realizables. La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar» (n. 28). El principio de la libertad religiosa aparece descrito aquí con toda precisión. Los hombres deben descubrir y poner por obra libremente las normas objetivas que son como la gramática de nuestra naturaleza humana. El papel de la Iglesia consiste en iluminar la razón libre de los hombres, en rectificarla, en purificarla de la tentación de la omnipotencia. Los hombres tienen que ser conscientes de

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx