Se hace tarde y anochece

entregado Él para divinizar nuestra naturaleza humana. Las recibimos en el bautismo, son el cortejo que acompaña a la presencia de la Trinidad en nuestras almas. Son nuestro dinamismo espiritual. En griego la palabra virtud significa «excelencia». En las virtudes están contenidas cada una de nuestras facultades para llevarlas a su cumplimiento más perfecto. Si nuestro fundamento son las virtudes cristianas, estamos seguros de no equivocarnos. ¿Qué virtud querría mencionar usted en primer lugar? Me gustaría empezar recordando la importancia de la prudencia, una virtud que nos lleva a descubrir los medios concretos para alcanzar los fines que hemos elegido. Estamos cada vez más tentados por un cristianismo desencarnado. Con frecuencia escucho predicar una religión de «buenas intenciones». Pero hasta la mejor intención acaba convirtiéndose en un sueño o en un espejismo si no se lleva a la práctica de un modo concreto. No basta con tener ideas generosas o grandes deseos: hay que ponerlos por obra. Ya he insistido en esa patología característica del espíritu moderno: so pretexto de ser «espirituales», despreciamos los medios concretos cediendo a la tentación de un cristianismo tan «puro» que termina siendo intelectual. En el fondo, negamos a Dios la posibilidad de encarnarse y penetrar en la entraña de nuestras vidas. Me pregunto si detrás de esta actitud no se esconde una forma sutil de orgullo. ¿No estaremos negando nuestra naturaleza, creada con unos límites propios? ¿No estaremos negando que recibimos esa naturaleza como un don del que no somos autores? ¿No se advierte un eco oculto de una rebelión satánica contra la condición de criatura? Nuestra relación con Dios debe fundarse en actitudes y gestos. Aunque, naturalmente, lo esencial ocurre en el interior del corazón, a veces acabamos ignorando los medios concretos para preservar y desarrollar esa relación interior con Dios. La prudencia consiste en pasar a las obras; si no, las mejores intenciones se quedan en piadosos deseos. Pongamos algunos ejemplos. Muchas veces oigo a algunos cristianos supuestamente sabios despreciar las manifestaciones de piedad popular como las peregrinaciones, el rosario, las procesiones en honor del Cuerpo y la Sangre Sacratísimos de Jesucristo o la genuflexión ante Jesús-Eucaristía. ¿Qué necesidad hay de oponer hasta ese punto fe y religión? ¿Qué sería de un amor

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