Se hace tarde y anochece

concretos de una vida pobre. No nos podemos conformar con un supuesto espíritu de pobreza que sobrevuele una vida orientada en la práctica al consumo de bienes materiales. En septiembre de 2011 san Juan Pablo II afirmaba durante una homilía: «El camino de la pobreza es el que nos permitirá transmitir a nuestros contemporáneos “los frutos de la salvación”. Por tanto, como obispos estamos llamados a ser pobres al servicio del Evangelio». La vida del clero debe seguir también de un modo práctico los preceptos de la santidad. Como recordaba Benedicto XVI a los católicos irlandeses el 19 de marzo de 2010, las causas más hondas de la proliferación de los abusos a menores residen en la renuncia a ese ideal: «A menudo se dejaban de lado las prácticas sacramentales y devocionales que sostienen la fe y la hacen capaz de crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales. También fue significativa en ese periodo la tendencia, incluso por parte de sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de las realidades seculares sin suficiente referencia al Evangelio». ¿Cómo va a ser fiel un sacerdote si su vida no está organizada alrededor de medios como la confesión y la dirección espiritual? Pero aún hay que ir más lejos. Entre las causas de la multiplicación de infidelidades al compromiso del celibato Benedicto XVI señala «una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, a evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares». Este punto, a mi entender, reviste especial importancia. Hemos de recuperar el significado de la pena. El sacerdote que comete un error tiene que recibir un castigo: es una demostración de caridad hacia él, porque eso le permite corregirse y hacer penitencia. Y, además, es lo justo para el pueblo cristiano. El sacerdote que falta a la castidad tiene que recibir un castigo. El derecho canónico (canon 1340) prevé maneras de corregirlo, como enviarlo durante un tiempo determinado a hacer penitencia a un monasterio. Con el pretexto de la misericordia, nos hemos limitado a trasladar geográficamente a los sacerdotes culpables, incluso en casos tan trágicos como los actos pedófilos. Toda la credibilidad de la Iglesia está en tela de juicio. Es urgente recuperar el sentido del derecho penal. ¿Quién sabe cuántas almas sacerdotales se habrían salvado si se hubiera intentado corregirlas antes de que ocurriera lo irremediable? Quiero recordar a los obispos que lo que está en juego es su responsabilidad de padres. ¿Puede educar un padre de familia a sus hijos sin castigarlos nunca? Creo que prescindir de ese medio con la excusa de la misericordia o de una supuesta fe adulta es la manifestación más palmaria de ese clericalismo que con

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