Se hace tarde y anochece
donde recostar la cabeza, viviendo en la opulencia? ¿Cómo puede pretender un sacerdote imitar a Cristo si no le falta de nada; si su estilo de vida es burgués y mundano; si su consagración sacerdotal no lo diferencia de los hombres del mundo? La templanza es la virtud que nos lleva a buscar la excelencia en el empleo de los placeres, que son buenos en sí mismos porque han sido creados y queridos por Dios. La sociedad de consumo hace del placer y de la posesión un fin en sí mismo y un ídolo. Como toda idolatría, el consumo a cualquier precio separa a los hombres de Dios. La templanza es moderación, es una sobriedad sencilla que protege nuestra vida interior y nos abre a la contemplación. Ya sabe usted lo cerca que me siento de los monjes. ¡Cómo nos arrastra su vida empapada de la alabanza y la búsqueda de Dios a madurar en la voluntad de Dios y a tender constantemente a la perfección! Junto a ellos se aprende pacientemente a pasar de lo carnal a lo espiritual. En los monasterios se aprende que la ascética no es más que una disciplina de la fortaleza del alma para el dominio del cuerpo con el fin de hacerlo partícipe del esplendor de las realidades espirituales. De ahí que san Bernardo de Claraval pudiera escribir a Guigo, prior de la Gran Cartuja: «Porque somos carnales y nacemos de la concupiscencia de la carne, es necesario que el apetito o amor propio comience por la carne. La cual, si va dirigida por un recto camino, progresando con la ayuda de la gracia por sus propios grados, acabará finalmente en espíritu: porque no es primero lo espiritual, sino primero lo animal y después lo espiritual; y es necesario que primero llevemos la imagen del hombre terrestre y después la del celestial». Los monjes son un espejo y un modelo que conviene seguir. Fíjese en su ejemplo. Llevan una vida sencilla, sobria y humilde. No piense usted que desprecian el cuerpo. Al contrario: saben ponerlo en su sitio. Conocen la necesidad de la contemplación. De hecho, la vida de los monjes es larga. Gozan de mejor salud que la mayoría de occidentales saturados de productos de consumo más o menos adulterados. Creo que debemos recobrar el sentido de la moderación. Me sorprende que en los países ricos uno ya no sepa disfrutar y pasarlo bien de un modo sencillo. La felicidad no pasa necesariamente por el exceso, la desmesura, el derroche de medios. La templanza cristiana se manifiesta en los placeres familiares sencillos y sobrios. Desgraciadamente, las tecnologías modernas de la comunicación que difunden imágenes cada vez más exuberantes generan deseos y envidias. La desmesura se ha convertido en norma. Me cuentan que algunas familias retrasan el bautismo o el matrimonio varios años para organizar una fiesta más lujosa.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx