Se hace tarde y anochece
llevemos una vida verdaderamente sobria, desprendida de los bienes materiales, ¡realmente pobre! Para el desarrollo de una economía justa es necesaria una auténtica libertad de empresa. Pero esa libertad ha de estar impregnada de la virtud de la justicia. Nuestra libertad tiene un fin, un contenido: debe desarrollarse en la amistad. No debe dar rienda suelta al afán de posesión dejando en manos de unas hipotéticas leyes del mercado la tarea de regular esos deseos sin freno. Eso es lo que afirma de un modo magistral Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate: «En las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria» (§ 36). Debemos replantearnos la propia esencia de la relación económica, que no se reduce a una relación mercantil. Tiene que convertirse literalmente en una relación justa entre hombres justos. Por eso, la relación económica debe ser mercantil y, a la vez, estar abierta a la gratuidad. En su mensaje del 1 de enero de 2012 afirmaba Benedicto XVI: «No podemos ignorar que ciertas corrientes de la cultura moderna, sostenida por principios económicos racionalistas e individualistas, han sustraído al concepto de justicia sus raíces trascendentes, separándolo de la caridad y la solidaridad: la “ciudad del hombre” no se promueve solo con relaciones de derechos y deberes, sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo». Esta visión de la economía es de una profundidad llamativa. La libertad abre la relación económica a una relación justa, que alcanza su plenitud en la caridad fraterna que rinde gloria a Dios. No somos capaces de valorar hasta qué punto ha renovado Benedicto XVI la doctrina social de la Iglesia al llevar a cabo una síntesis profunda y dotar de toda su amplitud a la noción de justicia vinculándola a la de la caridad. La caridad supera a la justicia, porque amar es dar, ofrecerse al otro; pero no puede existir sin la justicia que lleva a dar al otro lo que es suyo , es decir, lo que le corresponde en razón de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado lo que en justicia le corresponde. Quien ama a los demás en la caridad empieza por ser justo con ellos. La justicia no es ajena a la caridad ni es solo una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es inseparable de la caridad. Es inherente a ella. La justicia es la primera vía de la caridad o, como
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