Se hace tarde y anochece
decía Pablo VI, su «minimum», una parte integral de ese amor «con obras y de verdad» ( 1 Jn 3, 18). Es más: como afirma Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est , «el amor — caritas — siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad [...]. La afirmación según la cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive “solo de pan” ( Mt 4, 4; cfr. Dt 8, 3), una concepción que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es más específicamente humano» ( Deus caritas est , n. 28). En nuestra sociedad globalizada las relaciones se desarrollan en sentido inverso y están rozando el límite más allá del cual el sistema perderá el equilibrio y se derrumbará. Cada vez menos obstaculizada por las restricciones impuestas durante siglos de legalidad, la violencia abrasa a Occidente. Y no se trata solo de una fuerza bruta que triunfa de un modo visible, sino de su entusiasta justificación. El mundo ha sido vencido por la cínica convicción de que la fuerza lo puede todo y la justicia es impotente. Los demonios de Dostoievski se arrastran por el mundo, delante de nuestros ojos, contaminando regiones que hasta hace poco no éramos capaces de imaginar. Con su destrucción y sus actos terroristas, con las explosiones y los incendios nihilistas de estos últimos años, manifiestan su deseo de remover los cimientos de la civilización y destruirla. Y podrían conseguirlo. El mundo, hoy tan civilizado y comedido, solo ha sabido oponerse al brutal resurgimiento de la barbarie con sonrisas y concesiones. El espíritu de claudicación es una enfermedad de la voluntad de los pueblos pudientes. Entre quienes se han entregado a la búsqueda de abundancia a toda costa, entre quienes han hecho del bienestar el objetivo de su vida en la tierra, se ha instalado la indiferencia. Son hombres —y en el mundo de hoy hay muchos— que han optado por la pasividad y la retirada para alargar un poco más su placer cotidiano y eludir las dificultades del mañana. El precio de la cobardía es siempre el mal. Solo nos alzaremos con la victoria si tenemos el coraje de hacer sacrificios.
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