Se hace tarde y anochece

18 ¿QUÉ DEBEMOS HACER? NICOLAS DIAT: Su diagnóstico suena muy negativo. ¿No será que le falta a usted esperanza? CARDENAL ROBERT SARAH: ¡La esperanza no consiste en un plácido optimismo! Si la esperanza del creyente nace de Dios, solo se puede esperar de verdad en la medida en que se esté unido a Dios, abierto a su influencia. La esperanza es un combate constante. Un combate en el que las únicas armas que esgrimimos son la oración, el silencio, la palabra de Dios y la fe. Necesitamos que se alcen hombres y mujeres con coraje y energía espiritual para hablar y actuar, sembrando en torno a ellos semillas de sensatez, de verdad, de amor y de paz. ¡Sí, la esperanza es un duro combate! El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que es «la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo». Esta virtud reafirma nuestra confianza. No nos cabe ninguna duda: nos lo ha dicho Jesús: «Yo he vencido al mundo». Suya es la victoria. Los cristianos son serenos y confiados porque saben que Cristo ya ha vencido. Lo que nos da seguridad no son nuestras propias fuerzas ni nuestro poder. La Iglesia tiene que conservar la paz y la seguridad frente a todos los poderes que se coaligan para hacer escarnio de ella. Nuestra esperanza está fundada en la bondad infinita de Dios. La esperanza cristiana es serena y exigente: «San Juan Crisóstomo, en una de sus homilías, comenta: “Mientras seamos corderos, venceremos e, incluso si estamos rodeados por numerosos lobos, lograremos vencerlos. Pero si nos convertimos en lobos, seremos vencidos, porque estaremos privados de la ayuda del pastor”. Los cristianos no deben nunca ceder a la tentación de convertirse en lobos entre los lobos; el reino de paz de Cristo no se extiende con el poder, con la fuerza, con la violencia, sino con el don de uno mismo, con el amor llevado al extremo, incluso hacia los enemigos», decía Benedicto XVI en octubre de 2011. La esperanza nos permite hacer un diagnóstico absolutamente realista.

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