Se hace tarde y anochece

más preciado. ¡Somos nosotros los que tenemos que defender y anunciar la fe! Para mí, un hijo de África, fue una gracia ver llegar a mi poblado a misioneros franceses con una fe tan ardiente como para dejar su patria y su familia, y venir a morir junto a nosotros. Muchos murieron jóvenes, ofreciéndose en holocausto para gloria de Dios y salvación de las almas. El padre Firmin Montels, fundador de mi parroquia, Sainte-Rose-d’Ourous, murió seis meses después de llegar al poblado cantando O Salutaris hostia . ¿Quién se alzará hoy para anunciar la fe verdadera a los musulmanes, que la buscan sin saberlo? ¿Quiénes serán los misioneros que necesita el mundo? ¿Quiénes serán los misioneros que enseñen una fe integral a tantos católicos que ignoran aquello en lo que creen? No escondamos más la luz debajo del celemín, ¡no ocultemos el tesoro que hemos recibido gratuitamente! ¡Tengamos la audacia de anunciar, de testimoniar, de catequizar! No podemos seguir llamándonos creyentes y, en la práctica, vivir como ateos. La fe ilumina toda nuestra vida, no solo nuestra vida espiritual. Cuando apelamos a la tolerancia y a la laicidad, nos obligamos a una especie de esquizofrenia entre la vida privada y la vida pública. La fe tiene su espacio en el debate público. Tenemos que hablar de Dios: no para imponerlo, sino para proponerlo. Dios es una luz indispensable para el hombre. En 2007 la Congregación para la Doctrina de la Fe tuvo que recordarnos a todos la legitimidad de la evangelización y del anuncio de la fe. Sí, nuestro intento de convencer cuando lo que está en juego son asuntos religiosos puede percibirse como una restricción a la libertad. Nos dicen que basta con ayudar a los hombres a ser más hombres y se les remite a su conciencia. Pero la conciencia necesita que la iluminen. Vivimos del testimonio que nos damos unos a otros. El Concilio Vaticano II nos recordó que «la verdad solo se impone por sí misma». Hay que buscar y descubrir la verdad libremente. Al mismo tiempo, la Gaudium et Spes señala que esa libertad «en modo alguno debe convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable». En este sentido, la nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe acerca de algunos aspectos de la evangelización nos recuerda: «La Verdad que salva la vida enciende el corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad a comunicar lo que se ha recibido gratuitamente. Si bien los no cristianos puedan salvarse mediante la gracia que Dios da a través de “caminos que Él sabe”, la Iglesia no puede dejar de tener en cuenta que les falta un bien grandísimo en este mundo: conocer el verdadero rostro de Dios y la amistad con

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