Se hace tarde y anochece
Jesucristo, el Dios-con-nosotros. En efecto, “nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él”. Para todo hombre es un bien la revelación de las verdades fundamentales sobre Dios, sobre sí mismo y sobre el mundo; mientras que vivir en la oscuridad, sin la verdad acerca de las últimas cosas, es un mal, que frecuentemente está en el origen de sufrimientos y esclavitudes a veces dramáticas. Esta es la razón por la que san Pablo no vacila en describir la conversión a la fe cristiana como una liberación “del poder de las tinieblas” y como la entrada “en el Reino del Hijo predilecto, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados” ( Col 1, 13-14). Por eso, la plena adhesión a Cristo, que es la Verdad, y la incorporación a su Iglesia no disminuyen la libertad humana, sino que la enaltecen y perfeccionan, en un amor gratuito y enteramente solícito por el bien de todos los hombres. Es un don inestimable vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios que brota de la comunión con la carne vivificante de su Hijo, recibir de Él la certeza del perdón de los pecados y vivir en la caridad que nace de la fe. La Iglesia quiere hacer partícipes a todos de estos bienes, para que tengan la plenitud de la verdad y de los medios de salvación, “para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” ( Rm 8, 21). »[...]. Hoy, sin embargo, “el perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto en peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no solo de facto , sino también de iure (o de principio)”. Desde hace mucho tiempo se ha ido creando una situación en la cual, para muchos fieles, no está clara la razón de ser de la evangelización. Hasta se llega a afirmar que la pretensión de haber recibido como don la plenitud de la Revelación de Dios esconde una actitud de intolerancia y un peligro para la paz. Quien así razona, ignora que la plenitud del don de la verdad que Dios hace al hombre al revelarse a él, respeta la libertad que Él mismo ha creado como rasgo indeleble de la naturaleza humana: una libertad que no es indiferencia, sino tendencia al bien. Ese respeto es una exigencia de la misma fe católica y de la caridad de Cristo, un elemento constitutivo de la evangelización y, por lo tanto, un bien que hay que promover sin separarlo del compromiso de hacer que sea conocida y aceptada libremente la plenitud de la salvación que Dios ofrece al hombre en la Iglesia [...]. Ese amor [...] vive en el corazón de la Iglesia y de allí se irradia hasta los confines de la tierra, hasta el corazón de cada hombre. Todo el corazón del hombre, en efecto, espera encontrar a Jesucristo. Se entiende, así, la urgencia de la invitación de Cristo a evangelizar y por qué la misión, confiada por el Señor a los Apóstoles, concierne a todos los bautizados. Las palabras de Jesús, “Id, pues,
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