Se hace tarde y anochece

y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” ( Mt 28, 19-20), interpelan a todos en la Iglesia, a cada uno según su propia vocación». San Agustín escribió: «En esta vida la virtud no es otra cosa que amar aquello que se debe amar. Elegirlo es prudencia: no separarse de ella a pesar de las molestias es fortaleza; a pesar de los incentivos, es templanza; a pesar de la soberbia, es justicia» ( carta 155). ¿No remiten en el fondo todas las virtudes al amor y a la caridad? La caridad es, efectivamente, la virtud que nos lleva a amar a Dios sobre todas las cosas, así como a nuestros hermanos por amor a Dios. Es la expresión perfecta de las demás virtudes cristianas. Como dice san Agustín en De moribus Ecclesiae , en el cristiano «la templanza es el amor que totalmente se entrega al objeto amado; la fortaleza es el amor que todo lo soporta por el objeto de sus amores; la justicia es el amor únicamente esclavo de su amado y que ejerce, por lo tanto, señorío conforme a razón; y, finalmente, la prudencia es el amor que con sagacidad y sabiduría elige los medios de defensa contra toda clase de obstáculos». La caridad resume y orienta toda la vida de las virtudes. Por desgracia, muchos contemporáneos nuestros creen que consiste en un buen sentimiento, cuando en realidad es una virtud teologal que nos pone en contacto con Dios. Procede de Dios. Comprender la caridad es ante todo mirar a Dios, porque Dios es amor, Dios es caridad. En Deus caritas est escribe Benedicto XVI: «Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata solo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cfr. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: “Dios es amor”. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor». No podemos hablar de caridad si no partimos del corazón de Jesús. La caridad no es una emoción. La caridad es una participación en el amor con que Dios nos

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