Se hace tarde y anochece
No solamente los monjes, sino todos los religiosos y religiosas tienen un papel fundamental que desempeñar dentro de la Iglesia. Con su vida han de recordar constantemente qué significa estar entregados, consagrados a la gloria de Dios. La vida de los religiosos es como un gran ofertorio. Enseña a los cristianos algo esencial: que todo bautizado debe vivir en un estado de oblación y ofrenda. Nuestra vida tiene que convertirse en una gran liturgia: en palabras de san Pedro, en un sacrificio espiritual ( 1 P 2, 5). ¿Cuál es el último mensaje que querría transmitirnos para concluir este libro? Me gustaría hacerle una confidencia. Creo que nuestro tiempo vive la tentación del ateísmo. No de ese ateísmo duro y militante cuyas pseudoliturgias marxistas o nazis imitan al cristianismo: ese ateísmo, una especie de religión a la inversa, ahora es recatado. Yo querría referirme más bien a una mentalidad sutil y peligrosa, el ateísmo líquido: una enfermedad insidiosa y grave, pese a que sus primeros síntomas parezcan benignos. Así lo describe el padre Jérôme, monje cisterciense de la abadía de Sept-Fons, en su libro Notre coeur contre l’athéisme: «El ateísmo fluido, que nunca se profesa como tal, se mezcla sin armar revuelo con otras filosofías, con nuestros problemas personales, con nuestra religión. Es capaz de impregnar sin que nos demos cuenta nuestro criterio cristiano. En cualquiera de nosotros pueden darse infiltraciones del ateísmo fluido en todos los rincones que no estén ocupados por la fe teologal y la gracia [...]. Nos creemos indemnes y, sin embargo, aplaudimos neciamente toda suerte de hipótesis, postulados, eslóganes y tomas de conciencia que socavan nuestras creencias. Divulgamos ideas sin fijarnos en su denominación de origen. Lo peor es que esas ideas materialistas pueden instalarse en nuestro espíritu sin chocar violentamente con las ideas cristianas que deberían encontrarse en él; lo que da a entender que nuestras convicciones cristianas no cuentan con una sólida consistencia. Ese es el comienzo de la derrota: el materialismo fluido linda en nuestro espíritu con nuestro cristianismo, probablemente igual de fluido». Tenemos que ser conscientes de que ese ateísmo fluido corre por nuestras venas. Nunca pronuncia su nombre, pero está infiltrado en todas partes. Y, sin embargo, san Pablo aconseja con vehemencia: «No os unzáis a un mismo yugo con los infieles. Porque ¿qué tiene que ver la justicia con la iniquidad? ¿O qué tienen de común la luz y las tinieblas? ¿Y qué armonía cabe entre Cristo y
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