Se hace tarde y anochece
no sea por tu culpa». También nosotros, los cristianos, deberíamos dejarnos estimular por estas palabras. ¡Con la mentira no se contemporiza! Lo propio del ateísmo fluido es el conformismo con la mentira: esa es la mayor tentación de nuestro tiempo. No os dejéis engañar: con ese enemigo no se pelea; siempre acaba venciendo. Contra el ateísmo duro se puede luchar de frente, pararle los golpes, denunciarlo y refutarlo; mientras que el ateísmo fluido es escurridizo y pegajoso. Si lo atacas, si te enzarzas en una lucha física, en un cuerpo a cuerpo con él, te quedarás adherido a sus sutiles compromisos. Es como una tela de araña: cuanto más te resistes, más te enredan sus hilos. El ateísmo fluido es la trampa definitiva del Tentador. Te arrastra a su propio terreno. Si lo sigues, te verás obligado a emplear sus armas: la mentira y el compromiso. Fomenta alrededor de él la división, el resentimiento, la acritud y la mentalidad de partido. ¡Fíjate en la situación de la Iglesia! No hay más que discordia, hostilidad y sospecha por todas partes. Con todo mi corazón de pastor, hoy quiero exhortar a los cristianos a actuar. En la Iglesia no hay que crear partidos. No hay que proclamarse los salvadores de tal o cual institución. Eso sería seguirle el juego al adversario. En cambio, cada uno de nosotros puede tomar esta determinación: la mentira del ateísmo no volverá a fluir dentro de mí. No quiero renunciar más a la luz de la fe, no quiero seguir permitiendo que convivan en mí la luz y las tinieblas por comodidad, por apatía o por conformismo. Es una determinación muy sencilla, interior y concreta a la vez. Cambiará nuestra vida hasta en los detalles más insignificantes. No se trata de empezar una guerra. No se trata de denunciar a los enemigos. No se trata de atacar o de criticar. Se trata de ser firmemente fiel a Jesucristo. Si no podemos cambiar el mundo, sí podemos cambiar nosotros. Si todos, humildemente, tomáramos esa decisión, el sistema de la mentira se derrumbaría solo, porque su única fuerza es el lugar que ocupa en nosotros: el ateísmo fluido se alimenta únicamente de mis compromisos con la mentira. ¿Os da miedo? ¿Quizá vuestra seguridad no es lo bastante firme? En ese caso, recordad lo que dice el padre Jérôme: «La certeza del creyente no procede de lo que sabe o de lo que ve, sino de lo que siente y ve Aquel en quien confía. Me fío de Dios por la claridad que hay en Él, y no por la claridad que hay en mí. Puedo estar ciego en lo tocante a la salvación, pero a mi fe no le preocupa, porque se apoya sobre la absoluta sabiduría de Dios [...]. De ahí la seguridad, el descanso del corazón y el coraje intelectual que experimenta el creyente. Está seguro de
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