Se hace tarde y anochece
materialista el hombre piensa casi exclusivamente en sus propios y limitados intereses. Ve a Dios como Aquel que debería aportarle lo que no puede obtener del consumo. Utiliza a Dios para satisfacer sus demandas egoístas. Y, si no responde, le abandona. Algunos llegan incluso a maldecir su santo nombre. Entonces la religión que debe unir el cielo con la tierra corre el peligro de convertirse en un espacio puramente narcisista. Algunas sectas evangélicas son maestras en este negocio. Se convierte a Dios en un ídolo pagano que debe garantizar la salud, la felicidad, la prosperidad, y satisfacer todos los caprichos del hombre. Se le piden milagros y Él debería derramarlos al instante sobre nosotros. Así es como las sectas ridiculizan a Dios y se burlan de los crédulos que carecen de conocimientos y de fe. No pretendo condenar las peticiones que los hombres puedan hacer implorando una ayuda divina. Los hermosos exvotos de las capillas, las iglesias y las catedrales demuestran hasta qué punto ha intervenido Dios en ayuda de los hombres. Pero el fundamento de la oración de petición es la confianza en la voluntad de Dios: lo demás se nos dará por añadidura. Si amamos a Dios, si estamos atentos a cumplir gozosamente su santa voluntad, si lo que deseamos por encima de todo es su luz —es decir, la ley de Dios en lo más profundo de nuestras entrañas para que ilumine nuestra vida (cfr. Sal 40, 9 y Hb 10, 5-9)—, Él, obviamente, acudirá en nuestra ayuda en las dificultades. La religión no es el mercado de la oferta y la demanda. No es un confortable capullo. La base del cristianismo descansa sobre el amor de un Dios que no abandona a sus hijos. No se trata de pedir, sino de esperar y de confiar en un Dios cuyo amor es inagotable y que derrama sobre nosotros su misericordia, liberando a nuestra conciencia de lo que le pesa y concediéndonos más de lo que nos atrevemos a pedir (cfr. Oración colecta del domingo XXVII del tiempo ordinario). Dios es nuestro Padre. Nosotros somos hijos suyos. El cristianismo invita a recuperar el espíritu de infancia. Nuestra religión es un impulso del Hijo hacia el Padre y del Padre hacia el Hijo. Sencillez, confianza, abandono en las manos de Dios: ese es nuestro camino hacia Dios. La vida cristiana es un entramado de caridad. ¿Hemos perdido el sentido de la trascendencia de Dios? En la fe católica la trascendencia queda expresada y simbolizada en el altar. ¿Qué significa el altar? Romano Guardini lo explica maravillosamente en su libro Preparemos la Eucaristía: «Podemos expresar su significado con dos imágenes: es el umbral y la mesa. El umbral es la puerta y significa dos cosas:
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