Se hace tarde y anochece

trascendencia divinas? ¿Se da cuenta de que toda la civilización cristiana brota del altar como de una fuente? El altar es el corazón de nuestras ciudades. Nuestros pueblos se han construido literalmente alrededor del altar, apiñados en torno a la iglesia que los protege. La pérdida del sentido de la grandeza de Dios es una regresión terrible al estado salvaje. El sentido de lo sagrado constituye, de hecho, el núcleo de cualquier civilización humana. La presencia de una realidad sagrada genera sentimientos de respeto, gestos de reverencia. Los ritos religiosos son la matriz de todas las actitudes de urbanidad y cortesía humanas. Si todo hombre es respetable, es fundamentalmente porque ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios. La dignidad del hombre es un eco de la trascendencia de Dios. Pero si el temor gozoso y reverente ante la grandeza de Dios ya no nos hace temblar, ¿cómo vamos a considerar al hombre un misterio digno de respeto? Ya no tiene esa nobleza divina. Se convierte en una mercancía, en un objeto de laboratorio. Sin el sentido de la adoración a Dios, las relaciones humanas se tiñen de vulgaridad y de agresividad. Cuanta más deferencia mostremos ante Dios en el altar, más delicados y corteses seremos con nuestros hermanos. Si accedemos a reconocer la trascendencia de Dios, recobraremos el sentido de la grandeza humana. El hombre solo es grande y solo alcanza su mayor nobleza cuando se arrodilla ante Dios. El hombre grande es humilde y el hombre humilde se arrodilla. Si, como Jesús, nos humillamos delante de Dios, si nos hacemos obedientes hasta la muerte, Él nos exaltará y nos otorgará un nombre que está sobre todo nombre ( Flp 2, 8-9). Delante de la majestad y de la santidad de Dios no nos arrodillamos como esclavos, sino como amantes acompañados de serafines, deslumbrados por el resplandor de Dios que llena con su Presencia silenciosa el templo de nuestro corazón. Dios está por encima de nosotros no para arrollarnos, sino para engrandecernos. La trascendencia de Dios es una llamada a la trascendencia del hombre. Porque el misterio de Dios y el del hombre están íntimamente unidos. En el libro que acabamos de citar escribía Romano Guardini: «Para el hombre es muy importante experimentar alguna vez el temor de Dios y el ser rechazado del lugar sagrado, para que sea consciente en su interior de que Dios es Dios y él es hombre. La confianza en Dios, la cercanía a Él y la protección en Él siguen siendo débiles si nos faltan el reconocimiento de la majestad que nos rechaza y el temor de la santidad de Dios. Hacemos bien al pedirle a Dios por una experiencia de este tipo. Y precisamente ante el altar es el lugar donde nos podría ser concedida. Y el lugar donde nos podría ser concedida es precisamente

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