Se hace tarde y anochece

mucho de esto último: «No queremos un Dios misterioso. Tampoco queremos un Dios que sea Alguien. ¡Mejor no ser uno mismo alguien que encontrar a ese Alguien! La sumisión total del espíritu a la Revelación es una sumisión fecunda porque es sumisión al misterio. Pero la sumisión total del espíritu a cualquier sistema humano es una sumisión esterilizante». ¿La conversión consiste en una ruptura radical con el mundo? El planteamiento que nos ofrece san Juan a este respecto es muy claro: «Os escribo a vosotros, hijos, porque por su nombre se os han perdonado los pecados. Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido al que existe desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno [...]. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo» ( 1 Jn 2, 12-15). ¿Cuál es ese mundo que no debemos amar? En mi homilía de la peregrinación a Chartres del 21 de mayo de 2018 quise contestar a esta pregunta: «El mundo que no debemos amar y al que no nos debemos amoldar no es —lo sabemos bien — el mundo creado y amado por Dios; no son las personas que hay en el mundo a cuyo encuentro hemos de salir siempre, especialmente los pobres y los más pobres de entre los pobres, para amarlos y servirlos humildemente [...]. ¡No! El mundo que no debemos amar es otro mundo. Es el mundo tal y como ha pasado a ser bajo el dominio de Satanás y del pecado. El mundo de las ideologías que niegan la naturaleza humana y destruyen la familia [...]. Las estructuras de la ONU, que imponen una nueva ética mundial, juegan un papel decisivo y se han convertido hoy en un poder abrumador que se propaga a través de las ondas gracias a las posibilidades ilimitadas de la tecnología. Hoy en muchos países occidentales negarse a someterse a esas terribles ideologías constituye un delito. Eso es lo que llamamos la adaptación al espíritu de los tiempos, el conformismo. Un gran poeta y creyente británico del siglo pasado, T. S. Eliot, escribió tres versos que dicen más que libros enteros: “En un mundo de fugitivos, el que tome la dirección contraria pasará por desertor”. Queridos jóvenes cristianos, si a un anciano —como lo era san Juan— le está permitido dirigirse claramente a vosotros, también yo os exhorto y os digo: ¡habéis vencido al Maligno! Combatid toda ley contra natura que quieran imponeros, rechazad cualquier ley contraria a la vida, a la familia. ¡Sed de los que toman la dirección contraria! ¡Atreveos a ir contracorriente! Para los cristianos la dirección contraria no es un lugar, sino una Persona: es Jesucristo, nuestro Amigo y nuestro Redentor. A

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