Se hace tarde y anochece

Hoy es imprescindible volver a la raíz de nuestro sacerdocio. Esa raíz, lo sabemos bien, es una sola: Jesucristo. Él es el enviado del Padre, Él es la piedra angular. En Él, en el misterio de su muerte y de su resurrección, viene el Reino de Dios y se consuma la salvación del género humano. No hay nada que le pertenezca personalmente: absolutamente todo es del Padre y para el Padre. Los judíos estaban asombrados de la vasta sabiduría de Jesús: «¿Cómo sabe este las letras sin haber estudiado?» ( Jn 7, 15). Jesús les contesta: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. Si alguno quiere hacer su voluntad conocerá si mi doctrina es de Dios, o si yo hablo por mí mismo» ( Jn 7, 16-17). El Hijo solo no puede nada. Jesús se lo dice con estas palabras: «En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; pues lo que Él hace, eso lo hace del mismo modo el Hijo» ( Jn 5, 19). Y añade: «Yo no puedo hacer nada por mí mismo: según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» ( Jn 5, 30). Esta es la auténtica naturaleza del sacerdocio. Nada de lo que es constitutivo de nuestro ministerio puede ser producto de nuestras capacidades personales. Y eso es así tanto cuando se administran los sacramentos como en el servicio de la palabra. No hemos sido enviados para manifestar nuestras opiniones personales, sino para anunciar el misterio de Cristo. No se nos ha encomendado hablar de nuestros sentimientos, sino ser portadores de una sola «palabra»: el Verbo de Dios hecho carne por nuestra salvación: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado» ( Jn 7, 16). El Señor nos llama amigos. Pese a nuestra indignidad y a nuestros muchos pecados, se entrega plenamente a nosotros. Nos confía su cuerpo y su sangre en la Eucaristía. Nos confía a su Iglesia. ¡Qué tremenda misión! ¡Qué responsabilidad tan aterradora! «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando» ( Jn 15, 14). ¿Qué pide a los sacerdotes el pueblo de Dios? Solo quiere una cosa: «Queremos ver a Jesús» ( Jn 12, 21). Pide que lo conduzcan a Jesús, que lo pongan en contacto con Él. Los bautizados quieren conocer a Cristo personalmente. Quieren verlo en los sacerdotes. Quieren escuchar su palabra. Quieren ver a Dios. El sacerdote que no lleva a Jesús en el corazón no puede dar nada. Nadie puede dar lo que no tiene. ¿Cómo va a dirigir un sacerdote la oración comunitaria si no mantiene constantemente un contacto intenso e íntimo con el Señor, dedicando tiempo a vivir con intensidad la liturgia de las horas, la

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx