Se hace tarde y anochece

hacerse populares cuando Jesús fue rechazado y crucificado? Yo querría decirles justo lo contrario: ¡inquietémonos, hermanos míos, si alcanzamos el éxito, la aprobación y los aplausos! Puede que sea la señal de que hemos dejado de seguir los pasos de Jesús, que solo pueden conducir a la Cruz. ¿Se puede tener una idea cuantitativa y rentable del sacerdocio? Algunos sacerdotes pretenden que sus obras sean eficaces, que se evalúen y cuantifiquen como ocurre en el mundo. Lo único que habría que cuantificar es la oración. El trabajo del sacerdote solo halla su medida en Dios. Ser sacerdote no es ante todo una función: es una participación en la vida de Cristo crucificado. Al sacerdote no tiene que preocuparle saber si cuenta con el aprecio de sus fieles. Lo único que debe preguntarse es si anuncia la palabra de Dios, si la doctrina que enseña es la de Dios, si cumple plenamente la voluntad de Dios. Lo que importa es lo invisible. No cabe duda de que debe satisfacer las expectativas de los fieles. Pero los fieles solo le piden ver a Jesús, escuchar su palabra y saborear su amor en los sacramentos de la reconciliación y en la belleza de la liturgia eucarística. El sacerdote que corre desenfrenadamente de parroquia en parroquia sin encarnar el misterio pascual que anuncia es un hombre extraviado. El activismo atrofia el alma del sacerdote e impide que Cristo ocupe espacio dentro de él. Permitidme, queridos hermanos sacerdotes, que me dirija a vosotros. Cristo nos ha dejado una espléndida y tremenda responsabilidad. Nosotros prolongamos su presencia en la tierra. ¡Ha querido necesitarnos! Nuestras manos consagradas con los santos óleos ya no son nuestras. Se las apropia Él para bendecir, perdonar y consolar. Deben ser atravesadas, como las suyas, para no guardar ni retener nada con codicia. Me vienen a la memoria las severas y tremendas palabras de Charles Péguy en su Éthique sans compromis: «No hay malos tiempos. Hay malos clérigos. Todos los tiempos pertenecen a Dios, pero desgraciadamente no todos los clérigos le pertenecen.... No es un secreto para nadie, y en las escuelas no se puede esconder, tal vez solo en los seminarios, que la descristianización vino por culpa del clero. No viene de los laicos, viene del clero... El tronco marchito, la aridez de la ciudad espiritual, fundada temporalmente, prometida eternamente, no proceden de los laicos, sino de los clérigos...». Son palabras severas, implacables, hiperbólicas y provocadoras. Pero si el autor se expresa en estos términos, es solo porque quiere despertar nuestra

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