Se hace tarde y anochece

responsabilidad de pastores. Los laicos esperan de los sacerdotes que les digamos claramente, con firmeza y con solicitud paternal, no nuestras opiniones, sino la doctrina de Dios. Esperan de nosotros que seamos «modelo de la grey» ( 1 P 5, 3), cuidando de toda la grey de la que el Espíritu Santo nos ha hecho guardianes para apacentar a la Iglesia de Dios, adquirida con la sangre de su propio Hijo (cfr. Hch 20, 28). Cuando la fe del clero se marchita, se produce como un eclipse: el mundo queda sumergido en oscuras tinieblas. Ya el papa Pío X se lamentaba el 27 de mayo de 1914 de esta pérdida de la fe entre los responsables de la Iglesia: «Estamos, ¡ay!, en unos tiempos en que se acogen y adoptan con gran facilidad ciertas ideas de conciliación de la Fe con el espíritu moderno, ideas que conducen mucho más lejos de lo que se piensa, no solo a la debilitación, sino a la pérdida total de la Fe. No es sorprendente encontrar personas que expresan dudas e incertidumbres sobre las verdades, e incluso que afirman obstinadamente errores manifiestos, cien veces condenados, y que a pesar de eso se persuaden de no haberse alejado jamás de la Iglesia, porque a veces han seguido las prácticas cristianas. ¡Oh, cuántos navegantes, cuántos capitanes, por poner su confianza en novedades profanas y en la ciencia embustera del tiempo, en lugar de arribar a puerto han naufragado!». ¿Quién no aplicaría estas palabras a nuestro tiempo? Algunos clérigos se muestran complacientes con las teorías teológicas más dudosas. Y acaban menospreciando la fe de los pequeños y sencillos. En nombre de una ciencia teológica puramente académica, se relativiza hasta la esencia de la Revelación. Me pregunto si esto no responde a una especie de esnobismo intelectual antes que a una búsqueda sincera de Dios. La consecuencia es que la predicación dominical se convierte en un momento de deconstrucción de las verdades de la fe; lo que significa un gravísimo abuso de autoridad que el papa Francisco no se cansa de denunciar. Un sacerdote no puede aprovecharse de su autoridad sobre el pueblo de Dios para exponer sus ideas personales. ¡Su palabra no le pertenece! Él solo es el eco del Verbo eterno. A este respecto me vienen a la memoria las severas e inquietantes palabras de A los creyentes desconcertados con las que Hans Urs von Balthasar se atrevió a decir que el origen de la confusión existente dentro de la Iglesia estaba en la predicación de un «clero secularizante y mundano (incluido un buen número de religiosos)». Según este teólogo, esta era una de las causas del abandono casi absoluto del sacramento de la penitencia y, sobre todo, de la crisis «en la

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