Se hace tarde y anochece

Los obispos son los sucesores de los apóstoles. Deberíamos seguir sus pasos y predicar con la misma valentía con que lo hicieron ellos. No somos gestores ni funcionarios de la Iglesia. Somos portadores y guardianes de la palabra de Dios. Los obispos tendrían que inspirarse en las cartas que san Pablo escribió a los primeros cristianos. ¿Tendríamos el coraje de hablar con ese mismo ardor? Dios no quiere que nuestro amor a su palabra se entibie bajo el peso de los trámites y las reuniones. En la Iglesia, cuanto más peso tiene la gestión, ¡menos espacio se deja al Espíritu Santo! ¡Ay de mí si no evangelizara! ¿Cómo describiría la estrecha relación entre el celibato sacerdotal y el absoluto divino? A menudo escucho decir que se trata de una cuestión de mera disciplina histórica. Creo que no es verdad. El celibato manifiesta la esencia misma del sacerdocio cristiano. Hablar de él como si fuera una realidad secundaria es una ofensa para todos los sacerdotes que hay en el mundo. Estoy firmemente convencido de que la relativización de la ley del celibato sacerdotal acaba reduciendo el sacerdocio a una mera función. Y el sacerdocio no es una función: es un estado. El sacerdocio no es hacer, sino ser. Jesucristo es sacerdote. Todo su ser es sacerdotal, es decir, donado, entregado y ofrecido. Antes de Jesucristo los sacerdotes ofrecían a Dios sacrificios de animales. Y Jesucristo nos hace ver que el auténtico sacerdote se ofrece a sí mismo en sacrificio. Ser sacerdote es participar ontológicamente de la entrega que Jesús, con toda su vida, hizo de sí mismo a Dios por la Iglesia. Es asumir el sacrificio de la cruz como lo que configura toda su vida. El sacerdocio es una participación ontológica en ese desprendimiento de Cristo. Esa entrega adquiere la forma de un sacrificio esponsal. Cristo es realmente el esposo de la Iglesia. El ministro ordenado representa sacramentalmente a Cristo sacerdote. El carácter sacerdotal lo configura con Cristo Esposo. El sacerdote está llamado a una entrega total y sin límites. Hace presente sacramentalmente a Cristo Esposo. El celibato expresa esa entrega esponsal, es el signo concreto y vital de ella. El celibato es el sello de la Cruz en nuestra vida de sacerdote. Es un grito del alma sacerdotal que proclama el amor al Padre y el don de sí a la Iglesia. El intento de relativizar el celibato equivale a despreciar esa entrega radical vivida por tantos sacerdotes fieles después de ser ordenados. Con su celibato, el sacerdote renuncia a desarrollar humanamente su capacidad de ser esposo y padre según la carne. Elige desprenderse de sí mismo

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