Se hace tarde y anochece

por amor para vivir siendo únicamente esposo de la Iglesia, enteramente ofrecido al Padre. ¡Junto con tantos hermanos míos sacerdotes, querría proclamar alto y claro cuánto me duele que se desprecie el celibato sacerdotal! Es un tesoro que no se puede relativizar. El celibato es signo e instrumento de nuestra participación en el ser sacerdotal de Jesús. Así explicaba Juan Pablo II esta idea en su exhortación apostólica de 1992 Pastores dabo vobis: «Esta voluntad de la Iglesia [en cuanto al celibato de los sacerdotes] encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado. Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor» (n. 29). Con esta declaración magisterial san Juan Pablo II exponía la doctrina del Concilio Vaticano II sobre el sacerdocio y afirmaba con autoridad que el celibato sacerdotal no es una mera disciplina eclesiástica, sino una manifestación de la representación sacramental de Cristo sacerdote. Este texto hace difícil una derogación de la ley del celibato sacerdotal, ni siquiera restringida a una zona; por el contrario, abre el camino a que las Iglesias orientales redescubran la conformidad ontológica, radical y profunda, entre el celibato y el estado sacerdotal. En 2007, en su exhortación apostólica Sacramentum caritatis , el papa Benedicto XVI nos recordaba que el celibato del sacerdote «es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega exclusiva de sí mismo por el Reino de Dios. El hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad es el punto de referencia seguro para entender el sentido de la tradición de la Iglesia latina a este respecto. Así pues, no basta con comprender el celibato sacerdotal en términos de mera eficacia. En realidad, representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo. Dicha opción es ante todo esponsal; es una identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa». Si con su celibato el sacerdote manifiesta y da a entender al mundo que desea ser esposo de la Iglesia, ¿qué sentido tiene la vida de los sacerdotes casados? ¿Estarían menos entregados a la Iglesia? ¿Cómo podrían vivir plenamente su responsabilidad de esposos y padres de familia si son ante todo esposos de la Iglesia y padres de los cristianos? Renunciar al celibato sacerdotal acabaría

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