Se hace tarde y anochece

No tiene nada que perder porque lo ha dado todo. El canon africano del segundo concilio de Cartago del 390 tiene un peso decisivo en la historia del celibato sacerdotal, ya que se constituye en aval de una tradición que se remonta a los apóstoles: «Custodiemos lo que han enseñado los apóstoles y ha conservado una antigua usanza». Hay muchos que querrían ver algún día mujeres sacerdotes y se oponen a esta «discriminación» injusta de las mujeres, excluidas de las órdenes sagradas. ¿Qué opina usted? Desde el Antiguo Testamento Dios ha elegido a hombres para confiarles el ministerio sacerdotal: «Haz venir junto a ti de entre los hijos de Israel a Aarón, tu hermano, y a sus hijos para que ejerzan mi sacerdocio» ( Ex 28, 1). Jesús solo instituyó sacerdotes de la Nueva Alianza a sus doce apóstoles. No obstante, aparte de esos apóstoles, había mujeres muy generosas «que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María —la madre de Santiago y de José— y la madre de los hijos de Zebedeo» ( Mt 27, 55-56). Dios quiso que solo los varones pudieran ejercer el sacerdocio, aun cuando su madre, María, era más santa que los apóstoles. En la Carta a los Hebreos ha quedado escrito que el sumo sacerdote es elegido siempre de entre los hombres con el encargo de interceder en favor de la humanidad en su relación con Dios. No se trata de un honor que uno se atribuya a sí mismo: se recibe por una llamada de Dios, como en el caso de Aarón. Ocurre lo mismo con Cristo. El día en que se convierte en sumo sacerdote, no es Él quien se concede esa gloria: la recibe de Dios, quien le ha dicho: «Tú eres mi hijo. Yo te he engendrado hoy» ( Sal 2, 7). Y esto es lo que dice otro salmo: «Tú eres sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec» ( Hb 5, 1-6). El sacerdocio es de Dios. No es una invención humana. Uno no se convierte en sacerdote en virtud de un deseo o de la mera voluntad humana. Hay que recibir la llamada de Dios. Y, para esta misión, Dios ha decidido elegir solo a hombres. Así lo confirman la historia judeocristiana y la enseñanza de la Iglesia latina. Algunos reclaman a bombo y platillo la ordenación sacerdotal de las mujeres. Algunas comunidades de la Reforma han cedido a las presiones del mundo y han inventado eso que llaman sacerdotes y obispos femeninos. Ese supuesto

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