Se hace tarde y anochece
sacerdocio no es el de Cristo, sino una invención humana sin ningún valor sacramental. Al parecer, algunos prelados católicos radicales desean la ordenación de las mujeres, oponiéndose así a la enseñanza definitiva e infalible de Juan Pablo II. En su carta apostólica Ordinatio sacerdotalis de 22 de mayo de 1994 el papa declaraba solemnemente: «Si bien la doctrina sobre la ordenación sacerdotal, reservada solo a los hombres, sea conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia, y sea enseñada firmemente por el Magisterio en los documentos más recientes, no obstante, en nuestro tiempo y en diversos lugares se la considera discutible, o incluso se atribuye un valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a tal ordenación. Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cfr. Lc 22, 32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia». Cualquier afirmación en contra equivale a negar directamente la autoridad del papa y a cuestionar radicalmente la autoridad del magisterio. Me gustaría subrayar que aquí no se trata de discutir la pertinencia de los argumentos históricos, teológicos o escriturísticos empleados. Haciendo uso de su irrevocable autoridad magisterial, san Juan Pablo II afirmaba la incapacidad de la Iglesia para proceder a la ordenación de mujeres. Según la Congregación para la Doctrina de la Fe, es algo que forma parte de las posiciones que todos los sacerdotes juran ante Dios mantener firmemente en la Professio fidei: «Acepto y retengo firmemente, asimismo, todas y cada una de las cosas sobre la doctrina de la fe y las costumbres propuestas por la Iglesia de modo definitivo». Por otro lado, a propósito de esta enseñanza de Juan Pablo II acerca del sacerdocio reservado a los varones, la nota de la Congregación de 29 de junio de 1998 explica que «la intención del Sumo Pontífice [...] ha sido la de reafirmar que tal doctrina debe ser tenida en modo definitivo, pues, fundada sobre la Palabra de Dios escrita, constantemente conservada y aplicada en la Tradición de la Iglesia, ha sido propuesta infaliblemente por el Magisterio ordinario y universal». Por lo tanto, desde el punto de vista bíblico, teológico y canónico, se trata de una cuestión cerrada. Las declaraciones procedentes de algunas de las personalidades más eminentes de la Iglesia que se oponen frontalmente a un documento tan decisivo
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