Se hace tarde y anochece

a la mente lo que el cardenal Ratzinger llama proféticamente el «cristianismo burgués», esa manera de reducir el cristianismo a una filosofía de vida de la que se elimina todo amor que pueda parecer radical o excesivo. Para Jesús lo importante es una única cosa: la verdad ( Jn 18, 57-38). Toda su vida sirvió a la verdad, dio testimonio de la verdad. La verdad del Padre, la verdad de la vida eterna, la verdad del combate que el hombre debe librar en este mundo, la verdad de la vida y de la muerte: esos son los grandes combates de Cristo. Los mismos ámbitos esenciales en los que la mentira y el error resultan letales. Ante Pilato, antes de ser cargado con la cruz y conducido al Gólgota, Jesús dice: «Para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz» ( Jn 18, 37). La verdad y la castidad están unidas por un profundo vínculo. Y ese vínculo es la gratuidad del amor. A la verdad la amamos por lo que es, y no por lo que nos reporta. Así lo expresa Joseph Ratzinger en un fragmento esclarecedor de su homilía del 6 de octubre de 2006: «Me vienen a la mente unas hermosas palabras de la primera carta de san Pedro, en el primer capítulo, versículo 22. En latín dice así: Castificantes animas nostras in oboedientia veritatis . La obediencia a la verdad debería hacer casta (“castificare”) nuestra alma, guiándonos así a la palabra correcta, a la acción correcta. Dicho de otra manera, hablar para lograr aplausos; hablar para decir lo que los hombres quieren escuchar; hablar para obedecer a la dictadura de las opiniones comunes, se considera como una especie de prostitución de la palabra y del alma. La “castidad” a la que alude el apóstol san Pedro significa no someterse a esas condiciones, no buscar los aplausos, sino la obediencia a la verdad. Creo que esta es la virtud fundamental del teólogo: esta disciplina, incluso dura, de la obediencia a la verdad, que nos hace colaboradores de la verdad, boca de la verdad, para que en medio de este río de palabras de hoy no hablemos nosotros, sino que en realidad, purificados y hechos castos por la obediencia a la verdad, la verdad hable en nosotros. Y así podemos ser verdaderamente portadores de la verdad». La castidad del sacerdote es, por lo tanto, el signo de su vínculo con la verdad: Cristo crucificado y resucitado. El vínculo vital con la verdad permite al sacerdote evitar la duplicidad y una doble vida en la que, mintiéndose a sí mismo, busque seducir antes que entregarse. ¿Qué postura mantendrá usted en el sínodo de la Amazonía que se celebrará en octubre de 2019, y en el que es evidente que se planteará la cuestión del celibato?

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