Se hace tarde y anochece
Como ocurre con lo que hemos visto en relación con el lugar de la mujer en la Iglesia, me provoca el mismo desconcierto que algunos quieran fabricar un nuevo sacerdocio a escala humana. Si en la Amazonía faltan sacerdotes, estoy convencido de que la situación no se resolverá ordenando a hombres casados, a viri probati que no han sido llamados por Dios al sacerdocio, sino a la vida conyugal, para expresar la prefiguración de la unión de Cristo con la Iglesia ( Ef 5, 32). Si, en un impulso misionero, cada diócesis de América Latina ofreciera generosamente a la Amazonía uno solo de sus sacerdotes, esta región no recibiría el trato tan desdeñoso y humillante que implica fabricar sacerdotes casados; como si Dios fuera incapaz de suscitar en esa parte del mundo jóvenes generosos y deseosos de entregar totalmente sus cuerpos y sus corazones, toda su capacidad de amar y todo su ser, en el celibato consagrado. He escuchado decir que, a lo largo de sus quinientos años de existencia, la Iglesia latinoamericana siempre ha considerado a los «indígenas» incapaces de vivir el celibato. La consecuencia de ese prejuicio es evidente: hay muy pocos sacerdotes y obispos indígenas, aunque las cosas estén empezando a cambiar. Si, por una falta de fe en Dios y de resultas de una miopía pastoral, el sínodo de la Amazonía se reuniese para tomar decisiones sobre la ordenación de viri probati , sobre la fabricación de ministerios femeninos y demás incongruencias de este tipo, la situación sería sumamente grave. ¿Se ratificarían esas decisiones con la excusa de que emanan de la voluntad de los padres sinodales? El Espíritu, sí, sopla donde quiere; pero no se contradice ni genera confusión y desorden. Es el Espíritu de sabiduría. Respecto a la cuestión del celibato, ya se ha pronunciado a través de los concilios y de los romanos pontífices. Si el sínodo de la Amazonía tomara decisiones en este sentido, rompería definitivamente con la tradición de la Iglesia latina. ¿Quién se atreve a asegurar honestamente que un experimento de este tipo, con el riesgo que conlleva de desnaturalizar el sacerdocio de Cristo, quedaría circunscrito a la Amazonía? No me cabe duda de que lo que se pretende es satisfacer urgencias y necesidades. ¡Pero la necesidad no es Dios! La gravedad de la crisis actual es comparable a la de la intensa hemorragia de los años 1970, cuando fueron miles los curas que dejaron el sacerdocio. Muchos de ellos dejaron de creer. ¿Y nosotros? ¿Seguimos creyendo nosotros en la gracia del sacerdocio? Quiero dirigir una llamada a mis hermanos obispos: ¿creemos en la omnipotencia de la gracia de Dios? ¿Creemos que Dios llama a los obreros a su viña o queremos reemplazarlo porque pensamos que nos ha abandonado? Y lo
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