Se hace tarde y anochece

que es peor: ¿estamos dispuestos a abandonar el tesoro del celibato sacerdotal con la excusa de que ya no creemos que Él nos conceda vivirlo en plenitud? Queridos hermanos obispos, cada instante de nuestra vida de sacerdotes es un don gratuito de la misericordia del Todopoderoso: ¿no lo experimentamos así día tras día? ¿Quién puede dudar, quién puede creer que el Señor no sigue a nuestro lado en medio de la tormenta? Os lo ruego: no actuemos como si nos hubiera abandonado a nuestro propio criterio. Benedicto XVI pronunció a este respecto unas palabras muy acertadas con ocasión de la vigilia con sacerdotes celebrada el 10 de junio de 2010 durante el año sacerdotal: «Ante la falta de vocaciones, a causa de la cual hay Iglesias particulares que corren el peligro de secarse, porque falta la Palabra de vida, falta la presencia del sacramento de la Eucaristía y de los demás sacramentos, ¿qué hacer? Es grande la tentación de ocuparnos nosotros del asunto, de transformar el sacerdocio —el sacramento de Cristo, el ser elegido por él— en una tarea normal y corriente, en un “oficio” que tiene un horario, y por lo demás uno se pertenece solo a sí mismo; convirtiéndolo así en una vocación como cualquier otra: haciéndolo accesible y fácil. Pero esta es una tentación que no resuelve el problema [...]. Si desempeñáramos solo una profesión como los demás, renunciando a la sacralidad, a la novedad, a la diversidad del sacramento que da solo Dios, que puede venir solamente de su vocación y no de nuestro “hacer”, no resolveríamos nada [...]. Un gran problema de la cristiandad del mundo de hoy es que ya no se piensa en el futuro de Dios: parece que basta el presente de este mundo. Queremos tener solo este mundo, vivir solo en este mundo. Así cerramos las puertas a la verdadera grandeza de nuestra existencia. El sentido del celibato como anticipación del futuro significa precisamente abrir estas puertas, hacer más grande el mundo, mostrar la realidad del futuro que debemos vivir ya como presente. Por tanto, vivir testimoniando la fe: creemos realmente que Dios existe, que Dios tiene que ver con mi vida, que puedo fundar mi vida en Cristo, en la vida futura». ¡Qué espléndida señal de fe y de confianza en Dios sería volver a afirmar con claridad la grandeza y la necesidad del celibato sacerdotal! Sé de un obispo que, ante la escasez de sacerdotes que sufría su diócesis, anunció que, una vez al mes, haría una peregrinación a pie hasta un santuario mariano. Y lleva recorriendo ese camino varios años para demostrar que cree firmemente en la eficacia espiritual de ese gesto. ¡Ahora ha tenido que ampliar su seminario! Me gustaría subrayar también que la ordenación de hombres casados no es ninguna solución a la falta de vocaciones. Los protestantes, que sí aceptan a pastores casados, sufren la misma escasez de hombres entregados a Dios. Por

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