Se hace tarde y anochece
generosamente al rebaño que se les ha confiado [...]. Por estas razones, fundadas en el misterio de Cristo y en su misión, el celibato, que al principio se recomendaba a los sacerdotes, fue impuesto por ley después en la Iglesia latina a todos los que eran promovidos al Orden sagrado. Este Santo Concilio aprueba y confirma esta legislación en cuanto se refiere a los que se destinan para el presbiterado, confiando en el Espíritu que el don del celibato, tan conveniente al sacerdocio del Nuevo Testamento, les será generosamente otorgado por el Padre, con tal que se lo pidan con humildad y constancia los que por el sacramento del Orden participan del sacerdocio de Cristo, más aún, toda la Iglesia. Exhorta también este Sagrado Concilio a los presbíteros que, confiados en la gracia de Dios, recibieron libremente el sagrado celibato según el ejemplo de Cristo, a que, abrazándolo con magnanimidad y de todo corazón, y perseverando en tal estado con fidelidad, reconozcan el don excelso que el Padre les ha dado y que tan claramente ensalza el Señor, y pongan ante su consideración los grandes misterios que en él se expresan y se verifican». La voz que resuena en nuestros oídos a través del Evangelio, la voz de los papas y de los concilios, es la de Jesús, que viene a confortar el corazón de los sacerdotes que dudan o que luchan por ser fieles. Viene a iluminar el espíritu de los laicos que vislumbran la importancia de esta cuestión y quieren contar con sacerdotes que hayan entregado su vida. Quien se atreva a quebrar y destruir este antiguo tesoro, este joyero del alma sacerdotal, intentando separar el sacerdocio del celibato, herirá a la Iglesia y al sacerdocio de Jesús pobre, casto y obediente. ¿Renunciar al celibato no sería como admitir la rebaja de Dios a la categoría de un ídolo mundano? El celibato es un tesoro precioso, una joya espléndida que la Iglesia conserva desde hace siglos. En el curso de la historia ha sido complicado comprenderlo con exactitud y conservarlo intacto. La renuncia al celibato sería una derrota de toda la humanidad. Muchos contemporáneos nuestros piensan que es imposible vivir la continencia perfecta. Un buen número de ellos cree que el celibato somete al sacerdote a unas condiciones físicas y psicológicas antinaturales, perjudiciales para el equilibrio y la madurez de la persona humana. Visto así, el celibato sacerdotal equivaldría a violentar la naturaleza. En la fe de la Iglesia, sin embargo, es más bien una manifestación convincente del gran misterio del amor divino. En efecto, el sacerdote es Ipse Christus . Es el mismo Cristo. Dentro de él lleva sacramentalmente a Cristo, la encarnación del amor de Dios a los hombres. Ese Cristo, Dios hecho hombre, ha sido enviado al mundo y constituido
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