Se hace tarde y anochece
llegan incluso a reclamar el derecho a conductas homosexuales. Se suceden los escándalos entre los sacerdotes y entre los obispos. El misterio de Judas se propaga. Por eso quiero decirles a todos los sacerdotes: manteneos fuertes y firmes. Sí, por culpa de algunos ministros, os etiquetarán a todos de homosexuales. Arrastrarán por el fango a la Iglesia católica. La presentarán como si solo estuviera formada por sacerdotes hipócritas y ávidos de poder. No se inquiete vuestro corazón. El viernes santo acusaron a Jesús de todos los crímenes del mundo y Jerusalén gritó: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Pese a las encuestas tendenciosas que ofrecen un panorama desolador de eclesiásticos irresponsables y con una vida interior anémica al mando del gobierno de la Iglesia, manteneos serenos y confiados, como la Virgen y san Juan al pie de la cruz. Los sacerdotes, los obispos y los cardenales sin moral no empañarán el testimonio luminoso de los más de cuatrocientos mil sacerdotes fieles del mundo entero que, día tras día, sirven santa y gozosamente a su señor. Pese a la violencia de los ataques que pueda sufrir, la Iglesia no morirá. Esa es la promesa del Señor y su palabra es infalible. Los cristianos se estremecen, vacilan, dudan. A ellos va dirigido este libro. Para decirles: ¡no dudéis! ¡Manteneos firmes en la doctrina! ¡Perseverad en la oración! Este libro pretende reconfortar a los cristianos y a los sacerdotes fieles. El misterio de Judas, el misterio de la traición, es un veneno sutil. El diablo intenta hacernos dudar de la Iglesia. Quiere que la veamos como una estructura humana en crisis. Pero la Iglesia es mucho más que eso: es la prolongación de Cristo. El diablo nos insta a la división y al cisma. Quiere hacernos creer que la Iglesia ha cometido traición. Pero la Iglesia no traiciona. ¡La Iglesia, llena de pecadores, está libre de pecado! Siempre habrá en ella luz suficiente para quienes buscan a Dios. No os dejéis tentar por el odio, por la división, por la manipulación. No se trata de tomar partido, de enfrentarnos los unos a los otros: «Tanto nos previno el Maestro celeste esa cautela, que quiso asegurar a su pueblo frente al recelo por los malos conductores, no fuera que por ellos abandonasen la cátedra de la doctrina saludable [...]. No perezcamos en una mala disensión por causa de los malos», decía ya san Agustín ( Carta 105). La Iglesia sufre, ha sido deshonrada y sus enemigos están dentro de ella. No la abandonemos. Todos los pastores son hombres pecadores, pero son portadores del misterio de Cristo. ¿Qué hacer entonces? No se trata de organizarse y de aplicar estrategias.
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