Se hace tarde y anochece

parte de la semilla original se ha desarrollado alcanzando felizmente la plena madurez, no se puede decir que haya cambiado el carácter específico de la semilla». Querría suplicar a los obispos y a los sacerdotes que cuiden la fe de los fieles. No nos fiemos de unos cuantos comentarios subidos deprisa y corriendo a Internet por supuestos expertos. Recibir el magisterio, interpretarlo desde una hermenéutica de la continuidad lleva su tiempo. No nos dejemos imponer el ritmo de los medios, tan dispuestos a hablar de cambios, giros drásticos o revoluciones. El tiempo de la Iglesia es un tiempo prolongado. Es el tiempo de la verdad contemplada que da todo su fruto si se le permite germinar despacio en la tierra de la fe. «En virtud de la naturaleza misma de la especie humana — escribía en 1864 el cardenal John Henry Newman en El desarrollo del dogma cristiano —, las verdades más elevadas y más espléndidas, incluidas las comunicadas a los hombres de una sola vez por maestros inspirados, no pueden ser comprendidas de golpe por quienes las reciben, porque, al ser recibidas y transmitidas por mentes no inspiradas y por medios humanos, requieren tiempo y una reflexión más profunda para ser plenamente discernidas». Cuando la tempestad azota con violencia a una nave, es importante arrimarse a lo que es estable y sólido. No es el momento de lanzarse detrás de las novedades de moda que corren el peligro de desvanecerse antes de haber podido tocarlas siquiera. Hay que seguir el rumbo sin desviarse, esperar a que se despeje el horizonte. Me gustaría decirles a los cristianos: ¡no os inquietéis! En vuestras manos está el tesoro de la fe de la Iglesia. Lo habéis heredado de siglos de contemplación, de la enseñanza constante de las papas. De él se puede alimentar vuestra vida de fe sin ningún temor. ¿Se remonta esta crisis al Concilio Vaticano II? El germen de la crisis es muy anterior al concilio, pero no cabe duda de que el Vaticano II ha ido seguido de una crisis profunda y universal de la Iglesia. El posconcilio no resultó ser el ideal esperado. De ahí que, en El campesino del Garona , Jacques Maritain se refiera a una «fiebre neomodernista (...), fiebre muy contagiosa, por lo menos en los círculos que se llaman intelectuales, y frente a la cual el modernismo del tiempo de Pío X no era más que un modesto resfriadillo [...]; esta [...] descripción nos presenta el cuadro de una especie de apostasía “inmanente” [...] que se venía preparando desde hacía muchos años, y cuya manifestación —mentirosamente imputada, a veces, al “espíritu del Concilio” [...]— ha sido acelerada por algunas esperanzas oscuras de las partes bajas del

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA0OTIx