Se hace tarde y anochece
humildad esencial que consiste en aceptar recibir sin ningún mérito y en transmitir gratuitamente es la matriz del amor familiar. Cuando tiende a diluirse, la Iglesia pierde su espíritu de familia. Las divisiones y la aspereza hacen presa de ella. La corroen el espíritu partidista, la sospecha y la ideología. No puedo sino manifestar el hondo sufrimiento que provocan en mí las mezquinas maniobras y las manipulaciones que forman parte de la vida eclesial. Deberíamos ser la familia de Dios. Y casi constantemente ofrecemos el lamentable espectáculo de una corte en la que obtener poder e influencia. Las costumbres de los políticos invaden nuestras filas. ¿Dónde está la caridad? ¿Dónde está la bondad? Solo recuperaremos nuestra pacífica unidad si nos hacemos uno solo en torno al depósito de la fe. Ha llegado el momento de rechazar las hermenéuticas de ruptura que rompen tanto la transmisión de la herencia como la unidad del cuerpo eclesial, como dice con toda claridad Joseph Ratzinger en su Informe sobre la fe: «Defender hoy la verdadera Tradición de la Iglesia significa defender el Concilio. Es también culpa nuestra si de vez en cuando hemos dado ocasión (tanto a la “derecha” como a la “izquierda”) de pensar que el Vaticano II representa una “ruptura”, un abandono de la Tradición. Muy al contrario, existe una continuidad que no permite ni retornos al pasado ni huidas hacia delante, ni nostalgias anacrónicas ni impaciencias injustificadas. Debemos permanecer fieles al hoy de la Iglesia; no al ayer o al mañana: y este hoy de la Iglesia son los documentos auténticos del Vaticano II. Sin reservas que los cercenen. Y sin arbitrariedades que los desfiguren». Ha llegado el momento de recuperar un espíritu pacífico y alegre, un espíritu de hijos de la Iglesia que asumen toda su historia como herederos agradecidos. No hay que retractarse del concilio. Al contrario: es preciso volver a descubrirlo leyendo atentamente los documentos oficiales que emanaron de él. Es preciso leer el concilio no con mala conciencia, sino con un espíritu de gratitud filial hacia nuestra madre la Iglesia. Uno de los problemas suscitados por las conclusiones del concilio es el sentido que se le ha dado a la Gaudium et spes . En su Teoría de los principios teológicos , Joseph Ratzinger recuerda que «lo que tuvo tan especiales repercusiones en este texto no fue la síntesis de su contenido [...]; fue más bien la intención general de apertura». En él no quedó claramente definido el concepto de «mundo»: «La Iglesia coopera con el “mundo” para construir el “mundo”. [Este texto] expresa el intento de una reconciliación oficial de la Iglesia con la nueva época establecida a partir del año 1789 [...]. Ni el abrazo ni el ghetto pueden resolver, a la larga, el problema de la edad moderna para los cristianos».
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