Se hace tarde y anochece

exégetas católicos han dado prioridad a una interpretación supuestamente «sabia» de la Biblia saturada de hipótesis de trabajo y prejuicios filosóficos, cientificistas o hegelianos, en detrimento de la lectura patrística y tradicional que ha forjado a los santos, los únicos que han comprendido plenamente la Escritura. Al final la Escritura se acaba viendo únicamente como un conjunto de documentos antiguos —apasionantes, sí, pero desprovistos de peso sobrenatural —, cuya comprensión solo está al alcance de los especialistas. No obstante, la tradición es el principal criterio en materia de fe. Todo católico debe tener la audacia de creer que su fe, en comunión con la de la Iglesia, está por encima de cualquier magisterio nuevo de los expertos y los intelectuales. Es legítimo preguntarse cuál es el fin y el interés espiritual que se persiguen queriendo separar la tradición y la palabra de Dios. La constitución dogmática Dei Verbum proclamó solemnemente el vínculo esencial entre el magisterio y la palabra de Dios: «La Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas» ( DV 10, § 3). Dei Verbum continúa de un modo más explícito aún al afirmar que «la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia» ( DV 10, § 1). El concilio subraya así que la palabra de Dios no puede subsistir sin el magisterio de la Iglesia, ya que el «solo depósito sagrado de la palabra de Dios [es] confiado a la Iglesia», y en la Iglesia es únicamente el «Magisterio vivo» el que posee la misión y el encargo de interpretar con una autoridad específica recibida de Cristo ( authentice, in nomine Christi ) la palabra de Dios recogida en las Sagradas Escrituras y en la tradición ( DV 10, § 2). Naturalmente, «este Magisterio no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado» ( DV 10, § 2), es decir, la misma palabra de Dios contenida en el depósito sagrado de la fe confiado a la Iglesia. Hoy existe un serio peligro de pensar que la sagrada tradición podría ser superada por un cambio en el magisterio. Se afirma que hay que volver a leer las verdades transmitidas por la Iglesia en su contexto, y se aprovecha para reclamar cambios al magisterio. Frente a este peligro, el concilio nos recuerda con firmeza que la tradición es la propia palabra de Dios; y que, si el magisterio intenta hacer abstracción de ella, no puede sostenerse. El auténtico magisterio nunca podrá romper con la tradición y la palabra de Dios. Esa es la certeza que nos da nuestra

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