Se hace tarde y anochece

fe en la Iglesia. ¿Se podría hablar hasta de una crisis de la eclesiología? La gran tentación de la eclesiología sería la de rebajar la Iglesia a un nivel sociológico. Entonces la esposa de Cristo se convierte en el objeto de una mirada puramente humana y profana. Muchos coinciden en ver en ella una sociedad que promueve un proyecto de liberación social básicamente terrenal. Pero olvidan que la Iglesia es —en palabras del obispo Bossuet— nada menos que «Jesucristo difundido y comunicado». Olvidan que es realmente el cuerpo místico de Cristo: «Se está perdiendo imperceptiblemente el sentido auténticamente católico de la realidad “Iglesia”, sin rechazarlo de una manera expresa. Muchos no creen ya que se trate de una realidad querida por el mismo Señor. Para algunos teólogos, la Iglesia no es más que una mera construcción humana, un instrumento creado por nosotros y que, en consecuencia, nosotros mismos podemos reorganizar libremente a tenor de las exigencias del momento», explicaba Joseph Ratzinger en su Informe sobre la fe . El cuerpo místico de Cristo, la Iglesia, debe hacer que brille la misma luz en todas partes y en todo momento, igual que el sol se levanta e ilumina el mundo cada mañana. El principal objetivo sobre el que se posan eternamente la mirada y el deseo de amor infinito de Dios es la perfección infinita de Cristo Redentor. Todo se hizo por Él y sin Él no se hizo nada ( Jn 1, 3); y hacia Él conduce Dios todas las cosas y todos los acontecimientos de la historia. La Iglesia es Jesucristo que prolonga su vida —que es la misma vida de Dios— en toda la creación redimida, santificada y divinizada por Él. En octubre de 2018 el sínodo sobre «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional» provocó cierto desconcierto debido a la controvertida interpretación del episodio de los «discípulos de Emaús» recogido en el evangelio de Lucas ( Lc 24, 13-35). Acordaos de esos dos hombres que dejan Jerusalén a sus espaldas y se dirigen fatigosamente a una aldea llamada Emaús. Por el camino les da alcance un desconocido que aminora el paso e inicia una conversación. «¿De qué veníais hablando?», les pregunta. La respuesta es muy franca: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?». «¿Qué ha pasado?», les pregunta Él. «Lo de Jesús el Nazareno». El desconocido les contesta con un reproche algo acalorado: «¡Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas!». Recordemos también el episodio de los

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