Se hace tarde y anochece

en su Iglesia y nos entrega su palabra. Mientras Cristo hablaba, ardía su corazón. Al principio van arrastrando los pies y su fe se ha enfriado. Pero, mientras Cristo les explica las Escrituras, caminan al mismo paso que el resucitado. Cambiar de paso, cambiar de vida, cambiar el corazón: eso es quizá lo que el Señor espera de nosotros en la escucha de su palabra. Luego llega el momento de partir el pan, el momento de la Eucaristía. Se suele decir que este episodio sigue el mismo desarrollo que la celebración eucarística: comienza con el peso del hombre pecador que ha dado la espalda a Jerusalén, el lugar de la cruz y del sufrimiento de Cristo. Luego se remueve con su palabra, la liturgia de la palabra, el comentario de la palabra: la homilía. Viene después la fracción del pan y el envío en misión. Los dos hombres regresan a Jerusalén después de haber recibido a Cristo por entero: Cristo-Palabra, Cristo-Cuerpo, Cristo-Sangre, Cristo-Eucaristía. Nuevamente revestidos de esa Presencia, con el corazón lleno de la gloria silenciosa del Resucitado, se reúnen con la comunidad apostólica: la Iglesia fundada sobre los apóstoles (cfr. Ef 2, 20). Habían roto la comunión eclesial y fraterna. Desaliento, desesperanza, una fe menor, distanciamiento de los miembros de la Iglesia: se habían alejado en dirección a Emaús. Y recuperan la comunión eclesial. Recobran a Cristo-Eucaristía, se reencuentran con la Iglesia, restauran la comunión y serán testigos valientes del Resucitado. Es Jesucristo quien edifica la Iglesia con su palabra y con la Eucaristía. Nosotros nos hacemos miembros de la Iglesia y misioneros del Evangelio, testigos del Resucitado, después de alimentarnos de la palabra, del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. San Pablo nos advierte: «Según la gracia de Dios que me ha sido dada, yo puse los cimientos como sabio arquitecto, y otro edifica sobre ellos. Cada uno mire cómo edifica, pues nadie puede poner otro cimiento distinto del que está puesto, que es Jesucristo» ( 1 Co 3, 10-11). Continuemos la obra de los apóstoles y de sus sucesores a lo largo de los siglos. No reconstruyamos nada conforme al modelo del mundo. Es Cristo quien construye su Iglesia; y nosotros somos ineptos colaboradores suyos. ¿Sigue siendo válida para nuestros contemporáneos la configuración jerárquica de la Iglesia? Muchos reclaman un gobierno más democrático. ¿Qué opina usted? Hoy estamos siendo testigos de una interpretación errónea de la realidad humana de la Iglesia, diseñada en ciertos laboratorios en los que se destila la utopía de un pueblo de Dios en oposición dialéctica con el Magisterio. No se ha

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