Se hace tarde y anochece
muy humilde y al mismo tiempo debe estar segura de permanecer en la misma verdad, en la misma doctrina de fe y moral que ha recibido de Cristo, que en esta esfera la ha dotado con el don de una “infalibilidad” específica. A decir verdad, la infalibilidad no ocupa un puesto central, de privilegio, en la jerarquía de las verdades, pero es en cierto modo la clave de esa certeza con la que se confiesa y se anuncia la fe, y también la clave de la vida y conducta de los creyentes. Si perturbamos o demolemos este fundamento esencial, empiezan, al mismo tiempo, a desmembrarse también las más elementales verdades de nuestra fe». Nunca avanzaremos en la búsqueda de la verdad oponiéndonos al Magisterio del presente o del pasado, ni arrojando dudas sobre él. Es cierto que en este aspecto no son de ninguna ayuda quienes se apropian del Magisterio y lo interpretan de acuerdo con sus propias ideas, rompiendo con la tradición teológica. Por desgracia, son ellos los primeros en lanzar anatemas contra quienes discrepan. Frente a tanta histeria teológica, es el momento de recuperar un poco de paz y de buena voluntad. Solo la fe y la confianza en el Magisterio y en su continuidad a lo largo de los siglos podrán concedernos la unidad. ¿Cree usted que nos enfrentamos a una crisis de identidad de la religión católica vinculada al ecumenismo y al diálogo interreligioso? El esfuerzo ecuménico es necesario, pero a veces se ha practicado con excesiva precipitación, olvidando que ratificar las cuestiones intangibles del dogma supone prestar un servicio al interlocutor. El arraigo del indiferentismo respecto a las confesiones cristianas nace de una visión errónea de la verdadera naturaleza del ecumenismo. El deseo de una relación más fraterna, menos hostil y menos tensa entre los cristianos es algo bueno y loable. Pero no deberíamos reducir el ecumenismo a eso. El verdadero ecumenismo consiste en renunciar a nuestros pecados y a nuestra tibieza, en escapar juntos de nuestra falta de fe, en recuperar nuestra misma fe en los misterios cristianos, en los sacramentos, en la misma doctrina, en la misma Iglesia confiada a Pedro, y no en la que edificamos recurriendo a nuestra originalidad. El verdadero ecumenismo consiste en dejarse guiar por la sola y única luz del Evangelio, con sus exigencias morales. El verdadero ecumenismo es guardar fielmente su palabra y vivir los mandamientos de Dios. Porque «quien guarda su palabra, en ese el amor de Dios ha alcanzado verdaderamente su perfección. En eso sabemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Dios, debe caminar como Él caminó» ( 1 Jn 2, 5-6). Si no se ratifica con firmeza la enseñanza de Cristo tal y como la ha transmitido siempre
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