Se hace tarde y anochece
el Magisterio de la Iglesia, no hay ecumenismo. Quién no recuerda las palabras de Pablo VI durante la audiencia general del 28 de agosto de 1974, cuando no tuvo reparos en decir: «¿Qué ecumenismo podemos construir así? ¿Dónde acabará el cristianismo, más aún, el catolicismo, si hoy, bajo la presión de un pluralismo engañoso e inadmisible, se aceptara como legítima la disgregación doctrinal y, por lo tanto, la disgregación eclesial que podría derivarse de ella?». Me sorprende el irenismo que mostramos frente a las confesiones cristianas no católicas. En algunos aspectos, el ecumenismo con los hermanos separados de Oriente plantea dificultades en el plano teórico, y siempre en temas de eclesiología, en particular los concernientes al primado de Pedro desde el punto de la vista de la comunión. A veces se silencia el verdadero sentido del primado de Pedro para no incomodar a los ortodoxos. No estoy seguro de que una diplomacia doctrinal como esta vaya a favorecer la unidad. No creo que sea eso lo que nuestros hermanos separados esperan de nosotros. Creo, por el contrario, que nos valoran más cuando asumimos la doctrina católica en su totalidad, cuando la exponemos y la proclamamos sin falsa prudencia. En mi opinión, los pasos más fecundos han sido fruto del ecumenismo de los mártires. Cuando católicos y ortodoxos han coincidido en los mismos gulags, han rezado juntos, juntos han dado testimonio de la fe y a veces han compartido los mismos sacramentos. Por otra parte, en algunos ambientes católicos se observa cierta fascinación por el modelo protestante. La caridad tiene que ser capaz de eliminar nuestras asperezas para dejar que el Espíritu Santo actúe en favor de nuestra conversión. Aun así, es inútil negar las profundas diferencias que nos separan. Nuestra fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía, nuestra fidelidad a la misa como renovación del sacrificio de la Cruz, nuestra fe en la sacramentalidad del sacerdocio exigen de nosotros una auténtica coherencia: un protestante no puede comulgar durante la santa misa, cosa que no tendría otro sentido que manifestar cierta empatía. Pero la Eucaristía no puede convertirse en un instrumento para expresar las buenas relaciones humanas: es el lugar de la comunión con el Dios de la verdad. Desde el concilio se ha podido constatar una mayor apertura de un lado y del otro, pero el camino hacia la unidad en la verdad sigue siendo largo. Y existe, además —y es aún más grave—, un irenismo con respecto a las religiones no cristianas, en las que se busca lo que ya existe en la Iglesia. Occidente ha entronizado a las religiones paganas, incluidas las animistas, y las
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