Se hace tarde y anochece
ideas filosófico-religiosas de Extremo Oriente se han convertido en modelos. Lo cierto es que hay que ser africano para atreverse a decir sin complejos que estas «religiones tradicionales» paganas son espacios de temor y falta de libertad. Por desgracia, los medios extraordinarios de salvación —pienso sobre todo en el bautismo de deseo implícito que se da en algunos no cristianos— se han convertido en medio ordinario. No cabe duda de que hay paganos cuyas almas son sinceras y que viven con recta conciencia. Pero son almas a las que urge llevar la plenitud de la salvación. La teoría de los «cristianos anónimos» de Rahner alienta el peligro de extinguir en nosotros la urgencia de la misión. Conservamos en nosotros la inquietud por la salvación que invadía a un santo dominico y lo llevaba a pasar noches en oración mientras se le oía gemir: «¿Qué va a ser de las almas de los pobres pecadores?». Usted suele afirmar que la crisis de la Iglesia no es un problema institucional. ¿Podría exponer su punto de vista? He asistido a muchas reformas institucionales. Se han creado comisiones y consejos de todo tipo. ¿Hemos visto muchos resultados? Un libro malo no mejora si le cambiamos la encuadernación o el papel. En su Introducción al cristianismo escribía el cardenal Ratzinger: «Los verdaderos creyentes no dan mucha importancia a la lucha por la reorganización de las formas cristianas. Viven de lo que la Iglesia siempre fue. Y si uno quiere conocer lo que es la Iglesia, que entre en ella. La Iglesia no existe principalmente donde está organizada, donde se reforma o se gobierna, sino en los que creen sencillamente y reciben en ella el don de la fe que para ellos es vida. Solo sabe quién es la Iglesia de antes y de ahora quien ha experimentado cómo la Iglesia eleva al hombre por encima del cambio de servicio y de formas, y cómo es para él patria, y esperanza, patria que es esperanza, camino que conduce a la vida eterna». Lo que urge es recuperar una mirada de fe sobre todas las cosas. Reformar de arriba abajo las instituciones alimenta la ilusión de que lo importante es lo que hacemos nosotros, nuestra acción humana, la única que nos parece eficaz. En realidad una reforma así solo traslada el problema. Creo que es esencial y urgente discernir la verdadera naturaleza de la crisis y ser consciente de que el mal no reside únicamente en las instituciones eclesiales. Ningún cambio aplicado a la organización de la curia será capaz de corregir las mentes, los sentimientos y las costumbres. ¿En qué consiste una «reforma» en el sentido más puro de la palabra? Se trata de una reconfiguración: un retorno a la forma original, la que procede de las manos de Dios. La auténtica reforma de la Iglesia
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